El velo de las mujeres en la Iglesia: tradición, doctrina y actualidad
Cuando pensamos en los primeros papas, solemos detenernos en San Pedro y San Clemente, dejando en la penumbra al que fue el primer sucesor inmediato del Apóstol: San Lino. Sin embargo, la tradición eclesiástica recuerda su nombre unido a una disposición concreta que marcaría la vida litúrgica de la Iglesia durante casi dos milenios: la obligación de que las mujeres entrasen en la iglesia con la cabeza cubierta.
A primera vista, podría parecer una simple cuestión cultural. Pero tanto la Sagrada Escritura como la Tradición apostólica y la enseñanza de los Padres de la Iglesia muestran que el velo femenino en la oración cristiana no es un detalle accesorio, sino un signo teológico cargado de sentido.
1. San Lino, sucesor de Pedro
San Lino († c. 76 d.C.), natural de Volterra (Etruria), gobernó la Iglesia de Roma durante once años tras el martirio de San Pedro. Según el Liber Pontificalis, murió mártir y fue sepultado junto al Apóstol en el Vaticano[1]. La misma fuente recoge su disposición más célebre:
«Hic fecit constitutionem de mulieribus in ecclesia velatis capite introëuntibus»
(«Éste hizo la constitución de que las mujeres entraran en la iglesia con la cabeza velada»).[2]
Que San Lino promulgase este decreto en sentido estricto puede ser discutible, porque el Liber Pontificalis mezcla historia y leyenda. Pero su valor está en mostrar cómo la Iglesia romana conservaba desde el principio la práctica paulina de 1 Corintios 11.
2. La base bíblica: san Pablo y los Corintios
La Primera Carta a los Corintios (11, 2–16) ofrece la primera norma:
«Toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza» (1 Cor 11, 5).
«Por eso la mujer debe llevar sobre la cabeza una señal de autoridad, por causa de los ángeles» (1 Cor 11, 10).
El Apóstol da razones teológicas:
Orden de la creación: «El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón» (1 Cor 11, 8).
Jerarquía querida por Dios: «La cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el varón» (1 Cor 11, 3).
Presencia de los ángeles: seres celestiales que asisten al culto y ante quienes debe guardarse modestia.
San Pablo contrapone así la costumbre pagana (en Roma los varones oraban capite velato) con el nuevo orden cristiano: el varón se presenta descubierto ante Dios, y la mujer cubierta como signo de obediencia y modestia.
3. Testimonios de la Iglesia antigua
a) Ordenamientos eclesiales
Tradición apostólica (atribuida a san Hipólito de Roma, †235):
«Que todas las mujeres tengan la cabeza cubierta con un paño opaco, no con un velo de lino fino, porque eso no es una verdadera cobertura».[3]
Didascalia apostolorum (s. III):
«Conviene que las mujeres, con velo de modestia y humildad, manifiesten su temor de Dios…».[4]
Ambos textos muestran que desde los siglos II-III se entendía el velo como exigencia de modestia cristiana, no como simple costumbre social.
b) Padres y santos
San Juan Crisóstomo (†407), en su Homilía 26 sobre 1 Corintios, comenta:
«[Pablo] a la mujer le manda estar siempre cubierta… “La mujer debe tener un signo de autoridad sobre su cabeza por causa de los ángeles”: indica que no en el tiempo de la oración solamente, sino también continuamente, debe estar cubierta».[5]
San Agustín (†430), De opere monachorum 27:
«Las mujeres deben cubrirse la cabeza en señal de sujeción, como ordenó el Apóstol, porque esto no es un capricho de los hombres, sino mandato del Espíritu Santo».[6]
San Ambrosio (†397), en De virginibus, habla del «velo» recibido por su hermana Marcelina de manos del Papa Liberio como signo de consagración. Aunque aquí se trata del velo monástico, subraya la relación entre modestia y cobertura de la cabeza en la vida cristiana.
San Epifanio de Salamina (†403) denuncia a ciertos herejes que permitían a las mujeres acudir con la cabeza descubierta (Panarion, 49).
San Jerónimo lo resume así: el velo es «símbolo de castidad y de respeto en la Iglesia» (Epist. 69).
c) Autores influyentes
Aunque no canonizado, Tertuliano († c.220) es un testigo temprano. En De virginibus velandis afirma:
«Nosotras nos cubrimos porque así lo quiso Dios desde el principio, porque la modestia y la obediencia son la gloria de la mujer» (De virginibus velandis, 7).[7]
«¿No te basta estar bajo la autoridad de tu esposo? Debes además velarte por causa de los ángeles» (ibid., 16).[8]
Su obra muestra que la práctica estaba ya difundida en toda la Iglesia.
4. Del uso a la ley: del siglo IV al Código de 1917
La Iglesia antigua no solo recomendó el velo, sino que lo convirtió en disciplina:
- El Concilio de Gangra (s. IV) condenó a las mujeres que rechazaban el velo por falsa espiritualidad.
- El Derecho Canónico de 1917 codificó la norma en el c. 1262 §2:
«Los hombres, en la iglesia o fuera de ella, mientras asisten a los ritos sagrados, estarán con la cabeza descubierta; las mujeres, en cambio, con la cabeza cubierta y modestamente vestidas, especialmente al acercarse a la mesa del Señor».[9]
Esta norma fue abrogada en 1983 con el nuevo Código, que ya no repite la obligación. Desde entonces, no existe precepto universal en vigor, aunque la práctica sigue viva en muchas comunidades.
5. Sentido espiritual
El velo de la mujer en la Iglesia nunca fue visto como un símbolo de inferioridad, sino de misterio y dignidad:
1. Modestia y recogimiento: la mujer oculta lo visible para resaltar lo invisible.
2. Obediencia y orden: refleja la jerarquía querida por Dios (Cristo–varón–mujer).
3. Sacralidad: como los serafines que cubren su rostro ante Dios (Is 6, 2), la mujer se cubre como signo de reverencia en la liturgia.
Santo Tomás de Aquino lo explicó con claridad:
«La mujer debe tener velo sobre su cabeza por causa de los ángeles… el velo es signo de potestad» (In 1 Cor 11).[10]
6. Conclusión
El nombre de San Lino ha quedado ligado en la memoria cristiana a este precepto: el deber de las mujeres de acudir veladas a la iglesia. No fue una imposición cultural ni un invento medieval, sino una legislación apostólica, confirmada por los Padres y mantenida hasta el siglo XX.
Hoy, aunque ya no exista obligación jurídica universal, el velo sigue siendo para muchas mujeres católicas un gesto de Fe, humildad y continuidad con la Tradición.
En palabras de san Juan Crisóstomo:
«La obediencia no es humillación, sino ornato».
Y ese ornato, el del alma que se sabe criatura ante su Creador, sigue siendo tan actual como en tiempos de San Lino.
Notas
[^1]: Liber Pontificalis, ed. Duchesne, I, p. 127.
[^2]: Liber Pontificalis, ibid.
[^3]: Traditio Apostolica (atr. Hipólito), cap. 18.
[^4]: Didascalia apostolorum, s. III.
[^5]: San Juan Crisóstomo, Homiliae in Epistolam I ad Corinthios, hom. 26.
[^6]: San Agustín, De opere monachorum, 27.
[^7]: Tertuliano, De virginibus velandis, 7.
[^8]: Tertuliano, De virginibus velandis, 16.
[^9]: Código de Derecho Canónico de 1917, c. 1262 §2.
[^10]: Santo Tomás de Aquino, In 1 Cor 11, lectio 2.
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