Romance de dos Coronas y una España




En palacios dorados,

de falsa legitimidad,

Felipe camina erguido,

pero sin verdad.


Hereda un trono vacío,

que no es suyo ni es justo,

su sangre no enlaza

con el rey y el augusto.


En sus manos la corona

es peso sin alma,

un cetro sin esencia,

una falsa palma.


Sixto, el legítimo,

de sangre y de honor,

lleva en su pecho ardiente

el fuego del Señor.


No busca el brillo vano

ni el aplauso mundano,

sino la España fiel

que clama soberano.


Él sabe que el Reino

es Reino de Cristo Rey,

que el trono sólo brilla

con la fe de la grey.


Felipe vive en la sombra

de un reinado dudoso,

alejado del pueblo,

frío y silencioso.


Sixto, con voz fuerte,

denuncia la impostura,

la usurpación vieja

y su oscura usura.


En su nombre resuenan

los ecos del pasado,

de reyes que lucharon

por un reino sagrado.


El usurpador calla,

huye de la verdad,

mientras Sixto proclama

la eterna lealtad.


Lealtad a la Tradición,

a Cristo y a la Patria,

a la España que espera

justicia y armonía.


Que vuelva el legítimo,

que reine la verdad,

que el pueblo recupere

la auténtica dignidad.


Porque no es corona

lo que da el poder,

sino el amor santo

que sabe defender.


Felipe puede ostentar

el título de rey,

mas sólo Sixto lleva

la corona de ley.


Y en esta España vieja,

que no olvida su raíz,

espera con fervor

al Rey que ha de venir.

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