Cronología de la Declaración del 21 de noviembre de 1974, realizada por Monseñor Marcel Lefebvre
Cronología de la Declaración del 21 de noviembre de 1974, realizada por Monseñor Marcel Lefebvre, ante la deriva neomodernista de la jerarquia de la Iglesia Católica desde, y por causa, el Concilio Vaticano II
29/11/1905
Monseñor Marcel Lefebvre nace en el seno de una buena familia católica, hijo de René Lefebvre y su mujer Gabrielle; Marcel es el tercero de ocho hermanos; dos hijos serán sacerdotes y tres religiosas.
21/09/1929
Cursó sus estudios de Filosofía y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado sacerdote en 1929 por Achille Liénart, arzobispo de Lille.
08/09/1932
Tras su noviciado, de solo un año de duración, hizo su profesión religiosa.
1932-1946
Tras ingresar en los Padres del Espíritu Santo, trabaja como misionero en Gabón (África).
1939
En 1939 regresó a Francia, pero durante el trayecto se declaró la Segunda Guerra Mundial. Al poco de desembarcar fue movilizado y enviado, esta vez como soldado, a África. Así con el tiempo justo para despedirse de su padre, al que no volvería a ver: arrestado en abril de 1942 por pasar información a Gran Bretaña, murió en el campo de concentración de Sonnenburg.
18/09/1947
1948/1959
Pio XII lo nombra Delegado Apostólico para dieciocho países africanos.
14/09/1955
1958
A la muerte de Pío XII cesó como legado apostólico conservando el arzobispado de Dakar.
1962
Con motivo de la promoción del clero nativo que impulsó Pío XII, Lefebvre dejó la cátedra de Dakar a su discípulo Hyacinthe Thiandoum. Las presiones de los obispos y cardenales franceses obligaron al papa Juan XXIII a dar a Lefebvre una pequeña diócesis, la diócesis de Tulle, en lugar de un arzobispado aunque reconociéndole su dignidad de arzobispo. Las otras condiciones fueron que no podía pertenecer a la asamblea de los cardenales y arzobispos franceses (germen de la futura Conferencia de obispos de Francia) y que estas condiciones no creasen un precedente o una costumbre para los futuros obispos de Francia.
1962/1968
Es elegido Superior General de los Padres del Espíritu Santo. Dimite para no tener que aplicar los cambios que en su Congregación se le obligaría a realizar, y se retira.
En calidad de superior general de los Padres Espiritanos, fue llamado por Juan XXIII para formar parte de la Comisión Central Preparatoria del Concilio Vaticano II.
El arzobispo Lefebvre fue uno de los padres conciliares y pudo constatar lo conflictivas que estaban siendo sus sesiones. Fue uno de los prelados que se agruparon para oponerse a las ideas modernistas de la alianza de obispos centroeuropeos. Fundó junto a Don Antonio de Castro-Mayer, obispo de Campos (Brasil), Geraldo Proença Sigaud, obispo de Diamantina (Brasil) y Carli, obispo de Segni (Italia) el Cœtus Internationalis Patrum, al que se adhirieron 250 obispos, con el objeto de defender en el aula conciliar la doctrina y disciplina tradicional de la Iglesia. Esto le valió la oposición y enemistad con los obispos franceses y alemanes.
01/11/1970
Funda la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, siendo su Superior General.
A iniciativa de un grupo de seminaristas descontentos con la orientación que habían tomado los seminarios a los que concurrían, en particular, el Seminario Francés de Roma, a cargo de los Padres Espiritanos, fundó en 1970 en Friburgo (Suiza), con la autorización del obispo del lugar, François Charrière, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. La casa de formación que primero funcionó en la Rue de la Vignettaz fue posteriormente trasladada a Écône (cantón del Vales, Suiza), donde la congregación tiene su principal instituto de formación sacerdotal.
Eligió para su organización sacerdotal el nombre del papa San Pío X, por haber sido este pontífice el que en su encíclica Pascendi condenó el «error del modernismo» propugnado desde finales del siglo XIX por algunos católicos que ponían todas las religiones en pie de igualdad mediante un sofisticado razonamiento teológico.
Debido a la creciente concurrencia de jóvenes deseosos de recibir una formación tradicional en el sacerdocio, rápidamente se granjeó la enemistad del episcopado francés, que llamaba al Seminario de Écône «seminario salvaje».
Vencido el término de cinco años, durante el cual la existencia de la congregación es puesta a prueba de acuerdo con las normas canónicas, el sucesor de Charrière en la sede de Friburgo, Pierre Mamie, tras recibir una solicitud de Roma, no renovó el permiso para que la misma subsistiera, acto que posteriormente fue refrendado por una comisión de tres cardenales nombrada por Pablo VI.
En ese estado, Lefebvre interpuso un recurso suspensivo ante el Tribunal de la Signatura Apostólica, pero su presidente, el cardenal Dino Staffa, se negó a darle trámite respondiendo a un pedido del Cardenal Jean-Marie Villot, entonces secretario de Estado de Pablo VI.
Dado que el recurso suspensivo de supresión estaba pendiente, Lefebvre consideró que, a falta de pronunciamiento sobre un recurso suspensivo, la medida de suprimir su congregación quedaba pendiente de resolución, y por lo tanto, su congregación continuaría existiendo hasta tanto la Santa Sede no se expidiese sobre el fondo del asunto.
Con ese razonamiento, no secundó el pedido que se le hiciera de cerrar el seminario y dispersar a los seminaristas, a los cuales prosiguió formando hasta las puertas del sacerdocio.
11/11/1974
En octubre de 1974, cuarenta nuevos candidatos se presentan a la puerta del seminario. Écône cuenta entonces con 130 aspirantes al sacerdocio, sin considerar a los cinco postulantes a hermanos. Pero, de pronto, llega la tormenta. El 11 de noviembre de 1974, dos Visitantes Apostólicos llegan a Écône.
21/11/1974
Estos dos prelados, Mons. Descamps y su secretario, Mons. Onclin, hacen declaraciones que conmocionan a los seminaristas, al sostener que "la ordenación de personas casadas era normal", añadiendo que ellos "no admitían una Verdad inmutable" y finalmente manifestando "dudas sobre la manera tradicional de concebir la Resurrección de Nuestro Señor"... Escandalizado por esta actitud, y no queriendo colaborar con lo que el Papa Pablo VI llamó ya la «autodemolición de la Iglesia», Mons. Lefebvre redacta y publica su famosa declaración del 21 de noviembre de 1974:
13/02/1975
Mons. Lefebvre es invitado a "hablar" con los miembros de una comisión de tres cardenales (Sus Eminencias Garrone, Wright y Tabera). Sólo cuando se encuentra frente a ellos comprende que se les ha encargado informarle sobre un proceso contra él, y esto, sin que él hubiera tenido conocimiento de la jurisdicción de ningún "tribunal". Él "comparecía" una segunda vez el 3 de marzo siguiente.
06/05/1975
Sin que se hubiera realizado ningún juicio, la Fraternidad es ilegalmente suprimida por Mons. Mamie, sucesor de Mons. Charrière en la sede de Friburgo; siendo la sentencia "efectiva inmediatamente". De un día para otro, Mons. Lefebvre debe abandonar a 104 seminaristas, trece profesores y al personal, en el acto, ¡y esto a dos meses del fin del año escolar! Estamos a 8 de mayo de 1975, proclamado por el Santo Padre ¡"año de la reconciliación"!
Luego de haber apelado contra esta injusticia, Mons. Lefebvre lleva todo el seminario en peregrinación a Roma por el Año santo. La Fraternidad cuenta en 1975 con unos quince sacerdotes y un obispo.
27/10/1975
El Cardenal Villot escribe a las jerarquías del mundo para decirles que dejen de incardinar a los sacerdotes de la FSSPX, puesto que había sido suprimida.
1976
Durante el año de 1976, frente la tranquila resistencia de "el Obispo de hierro", se toman entonces medidas más radicales: bloqueo (ilegal) del recurso interpuesto por Mons. Lefebvre a la Signatura Apostólica sobre la intervención del Secretario de Estado, el Cardenal Villot. El nudo en torno al cual se juega a partir de ese momento "el drama de Écône" es la aceptación explícita de todo el Concilio Vaticano II, de todas sus decisiones y de las reformas que han resultado de él, comenzando por la aceptación de la nueva misa. Habría bastado con que el Obispo aceptara concelebrar una sola vez en el nuevo rito, y toda dificultad habría sido allanada.
Recibe una monición canónica para que no procediera a la ordenación de la primera tanda de jóvenes formados en Écône, la cual desoída, hizo recaer sobre él la suspensión a divinis el 22 de julio de 1976. El 29 de agosto de 1976, Lefebvre celebró la Misa de Lille donde declaró:
«No se puede dialogar con los masones o con los comunistas, no se dialoga con el diablo!»
12/09/1976
Monseñor Benelli escribe a Monseñor Lefebvre diciéndole que no ordene sacerdotes sin el permiso de sus obispos diocesanos.
29/06/1976
Mons. Lefebvre lleva a cabo las ordenaciones previstas.
01/07/1976
Se declara la suspensión «a divinis» de Monseñor Lefebvre y de los sacerdotes recién ordenados.
Observemos en primer lugar que la Iglesia, al aprobar la Fraternidad San Pío X, aprobó también que vivía, esto es, que disponía de todos los medios ordinarios para llevar a cabo su vida religiosa y cumplir su finalidad. Esto es fundamental cuando se toma en consideración la nulidad de su supresión.
Luego, no habiendo sido suprimida la Fraternidad San Pío X, era injusto evitar que los candidatos se adhiriesen a ella. Y puesto que, en primer lugar, el Card. Wright había escrito una carta de alabanza, y en segundo lugar el obispo Adam (de Sion) había decidido que la Fraternidad San Pío X, al ser interdiocesana, podía generalizar el procedimiento de incardinar directamente en ella a sacerdotes religiosos que se le unían, Mons. Lefebvre podía presumir razonablemente su derecho a incardinar. Luego el problema real era más que canónico.
Pero lo fundamental es que se trataba de un ataque a la Misa tradicional.
En las tres semanas previas a las ordenaciones que iban a tener lugar el 29 de junio de 1976, Mons. Lefebvre acudió a Roma hasta seis veces, donde le pidieron que estableciese relaciones normales con el Vaticano, y diese prueba de ello diciendo misa según el nuevo rito. Se le dijo que si la misa de ordenación del 29 de junio tenía lugar con el misal de Pablo VI, toda oposición desaparecería. Esta oferta fue llevada a Mons. Lefebvre la víspera de la fiesta: una Nueva Misa, y todo iría bien. La única razón fundamental para la campaña contra Mons. Lefebvre y su Fraternidad: su adhesión exclusiva a la antigua Misa y su rechazo a decir la Nueva.
Ahora bien, por un lado la Nueva Misa no puede decirse, y por otro la misa antigua siempre se puede. Luego las suspensiones son nulas: canónicamente, por ser injustas, y fundamentalmente porque estaban pergeñadas para hacer desaparecer la Misa latina tradicional. (Mons. Lefebvre solía decir irónicamente que había sido suspendido legalmente de utilizar… la nueva liturgia.)
Pero aunque injustas, ¿no debían haberse aceptado esas censuras?
Si sólo iba a sufrirlas quien incurría en ellas, entonces sí, era la forma más perfecta de actuar. Pero si era cuestión de privar a innumerables almas de las gracias necesarias para la salvación, entonces no, no se podía.
Ante tan lamentable campaña de supresión, lo único que podía hacer la Fraternidad San Pío X era continuar.
Por lo demás, Roma siempre ha reconocido tácitamente la legítima continuidad de la Fraternidad (p. ej., cuando en mayo de 1988 el Card. Ratzinger aceptó el principio de que se consagrase un obispo de entre los sacerdotes de la Fraternidad) y la nulidad de las suspensiones (p. ej., cuando en diciembre de 1987 el Card. Gagnon no dudó en asistir como prelado a la Misa del arzobispo “suspendido”).
29/06/1979
Monseñor Lefebvre ordena a trece sacerdotes en el Seminario de la Êcone (Suiza)
29/08/1976
Acude a Lille para celebrar la Santa Misa ante miles de fieles. Ahí pronuncia un sermón rotundo que aparece en seguida en primera plana en los periódicos.
01/05/1980
En un acta, Monseñor Lefebvre concede a sus sacerdotes multitud de potestades y facultades canónicas o litúrgicas.
04/07/1984
Monseñor escribe en la conclusión de su obra «Carta abierta a los católicos perplejos» las siguientes líneas: «Se dice también que mi obra desaparecerá conmigo porque no va a haber obispos que me sucedan. Yo estoy convencido de lo contrario. No tengo ninguna inquietud. Yo puedo morir mañana pero Dios tiene todas las soluciones. Sé que en el mundo hay suficientes obispos para ordenar a nuestros seminaristas. Aunque hoy uno u otro de estos obispos no diga nada, recibirá del Espíritu Santo el valor para manifestarse a su vez. Si mi obra es de Dios, Él sabrá conservarla y hacerla servir para el bien de la Iglesia. Nuestro Señor nos ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16, 18)... «Por eso me obstino. Y si se quiere conocer el motivo profundo de esta obstinación, es éste: en la hora de mi muerte, cuando Nuestro Señor me pregunte: “¿Qué has hecho de tu episcopado, y con tu gracia episcopal y sacerdotal?", no quiero oír de su boca estas terribles palabras: "Has cooperado con los demás a destruir mi Iglesia”».
31/08/1985
El Sínodo de 1985 confirma el deseo de las autoridades de hacer de Vaticano II, veinte años después de su clausura, «una realidad cada vez más viva». El grito de alarma que dieron Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer a Juan Pablo II el 31 de agosto no produjo ningún efecto. En su carta conjunta, los dos prelados denunciaron los frutos envenenados de la declaración conciliar sobre la libertad religiosa: «el indiferentismo religioso de los Estados, incluso católicos»; «el ecumenismo condenado por el Magisterio de la Iglesia, y, especialmente, por la encíclica Mortalium Animos de Pío XI»; «todas las reformas realizadas desde hace 20 años en la Iglesia para complacer a los herejes, a los cismáticos, a las falsas religiones y a los enemigos declarados de la Iglesia como los judíos, los comunistas y los masones».
27/10/1986
El papa Juan Pablo II, acude a la sinagoga de Roma el 13 de abril. En Buenos Aires, Monseñor Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer se reúnen y publican una declaración, el 2 de diciembre de 1986, en la que critican «esta religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar» que rompe con el Magisterio anterior de la Iglesia Católica.
27/10/1986
El año siguiente fue testigo de la primera reunión interreligiosa de Asís, convocada por Juan Pablo II para el 27 de octubre de 1986 con motivo del Año Mundial de la Paz decretado por la ONU. Monseñor Lefebvre denunció esto como una farsa.
Dos meses antes de su celebración, Monseñor Lefebvre escribió a ocho cardenales para hacer un llamado desesperado, expresándoles su indignación: «son el primer artículo del Credo y el primer mandamiento del Decálogo los que están siendo burlados públicamente por el que está sentado sobre el Trono de San Pedro». En efecto, «si la fe en la Iglesia, única arca de salvación, desaparece, es la Iglesia misma la que desaparece». Monseñor Lefebvre se levanta con fuerza contra estos pecados públicos que arruinan la fe católica poniendo a los cultos falsos y a las falsas religiones en pie de igualdad con la única Iglesia fundada por Jesucristo, y en la ciudad de Asís, santificada por San Francisco.
Monseñor Lefebvre, ya octogenario, percibe que se le acaba el tiempo para nombrar un sucesor en el episcopado que garantice la continuidad de la Tradición. Tras una serie de reuniones con autoridades romanas, durante cuyo transcurso se le aseguró que el papa Juan Pablo II no se oponía, en principio, a darle un sucesor, se bosquejó un proyecto de acuerdo. Pero tan pronto como estampó su firma en el documento, el entonces cardenal Ratzinger le envió un subalterno para solicitar de él una carta pidiendo perdón al Papa por lo que había hecho.
09/03/1987
El cardenal Joseph Ratzinger, en ese entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, notifica la recepción del estudio sobre la libertad religiosa que Monseñor Lefebvre le envió en octubre de 1985. A esto siguió un intercambio de correspondencia que confirma la ruptura entre el nuevo magisterio y el de siempre.
29/06/1987
Durante las ordenaciones sacerdotales en Ecône, el arzobispo anuncia lo siguiente: «es probable que proporcione a los sucesores que continuarán con esta obra, porque Roma se encuentra en las tinieblas. Roma ya no puede escuchar la voz de la verdad». Sin duda alguna, Monseñor vio la necesidad de no dejar huérfanos a sus seminaristas cuando su obra ya había alcanzado una talla mundial. Pero, sobre todo, Monseñor comprobó la ausencia total de reacción de los obispos del mundo católico, que se dejaron ganar completamente por el modernismo, el espíritu de Asís y las falsas doctrinas. Monseñor explica que el año que acaba de terminar fue un año muy grave para la Iglesia católica, y que había discernido las señales de la Providencia que estaba esperando «para llevar a cabo las acciones que me parecen necesarias para la continuación de la Iglesia católica».
Estaba completamente convencido de que estas señales manifestaban claramente la voluntad de Dios: Asís y la respuesta a las objeciones respecto a la libertad religiosa. Para Monseñor Lefebvre, «la respuesta de Roma a las objeciones que hicimos sobre los errores de Vaticano II sobre el tema de la libertad religiosa, ¡es mucho más grave que Asís! Asís es un hecho histórico, una acción. La respuesta a nuestras objeciones sobre la libertad religiosa es una toma de postura, una afirmación de principios, y esto es mucho más grave. Una cosa es realizar una acción grave y escandalosa, y otra muy distinta es afirmar principios falsos, erróneos, que tienen en la práctica conclusiones desastrosas».
08/07/1987
El 8 de julio de 1987, el prelado dirigió al cardenal Ratzinger un estudio refutando la respuesta que le habían dado las autoridades. Monseñor Lefebvre expresó su consternación por la obstinación de justificar la Declaración Dignitatis Humanae, la cual es una flagrante oposición a los documentos del Magisterio más solemne - el Syllabus, Quanta Cura, Libertas præstantissimum-. Monseñor insiste en la responsabilidad «ante Dios y ante la historia de la Iglesia» por la ruptura efectuada por el nuevo Magisterio. Monseñor finaliza su carta confirmando lo que había anunciado el 29 de junio en Ecône: «Un deseo pertinaz de la aniquilación de la Tradición es un deseo suicida, que autoriza, por ese mismo hecho, a los verdaderos fieles católicos a realizar todas las iniciativas necesarias para la supervivencia de la Iglesia y la salvación de las almas».
01/10/1987
El Cardenal Ratzinger agradeció a Monseñor Lefebvre su carta del 8 julio, escribiéndole lo siguiente: «Su gran deseo de salvaguardar la Tradición, procurándole "los medios para que viva y se desarrolle" es un gran testimonio de su apego a la fe de siempre, pero esto sólo puede llevarse a cabo en la comunión con el Vicario de Cristo, a quien le fue confiado el depósito de esta fe y el gobierno de la Iglesia. El Santo Padre comprende vuestra preocupación y la comparte. Es por esto que, en su nombre, le hago llegar una nueva propuesta, deseando darle una última posibilidad de lograr un acuerdo sobre los problemas que considera importantes: la situación canónica de la Fraternidad San Pío X y el futuro de sus seminarios».
Esta propuesta preveía conceder a la Fraternidad una estructura legal adecuada, que permitiría a la Santa Sede asignar auxiliares. Se designaría un cardenal visitante sin demora para lograr una forma legal satisfactoria. La única condición era que los superiores y miembros de la Fraternidad mostraran su reverencia y obediencia al sucesor de Pedro según las normas de la constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, Lumen Gentium, en el n° 25. Roma se declaraba lista «para conceder a la Fraternidad su justa autonomía, garantizarle la continuidad de la liturgia según los libros litúrgicos en vigor en la Iglesia en 1962, concederle el derecho a formar a sus seminaristas en sus propios seminarios, según el carisma particular de la Fraternidad y la ordenación sacerdotal de los candidatos».
No era poca cosa. Por supuesto, la propuesta también tenía como objetivo impedir que Monseñor Lefebvre nombrara a uno o más auxiliares sin el consentimiento del Papa, lo cual ocasionaría inmediatamente una "ruptura definitiva", continuaba la carta. El Cardenal Ratzinger advierte a su destinatario los daños incalculables que ocasionaría a la unidad de la Iglesia por su grave desobediencia, y que tendrían como consecuencia inevitable la ruina de su obra...
Fiel a su conducta, que jamás buscó adelantarse a la Providencia, y en acuerdo con el Consejo dirigido por el Superior General, el Padre Franz Schmidberger, Monseñor Lefebvre decidió tomar la mano extendida, sin hacerse ilusiones pero sin perder tampoco la esperanza...
01/10/1987
El Fundador de la Fraternidad San Pío X agradeció al cardenal. Monseñor señalaba varias pistas que permitían esperar "el crepúsculo de una solución", y era particularmente sensible al hecho de que Roma no le exigiera ninguna declaración previa: «la ausencia de una declaración nos hizo pensar que al fin habíamos sido reconocidos como verdaderos católicos». Monseñor se alegró con la visita de un cardenal, el cual acudió para corroborar de primera mano las obras y la vitalidad de la Tradición. El cardenal celebró el hecho de que se garantizara la continuidad de la liturgia de 1962 y reconoció «el derecho de continuar la formación de seminaristas como nosotros lo hacemos actualmente». Monseñor Lefebvre sugirió enérgicamente que el cardenal visitante fuera Edouard Gagnon. La Santa Sede respondió favorablemente a este deseo y el Cardenal Gagnon, prefecto de la Comisión para la Familia, fue nombrado Visitador Apostólico.
03/10/1987
El 3 de octubre, durante un sermón dado en Ecône con motivo del cuadragésimo aniversario de su episcopado, Monseñor Lefebvre anunció la nueva perspectiva que debía abrirse. Sin caer en un «optimismo exagerado», «hay una pequeña esperanza (...) si Roma está dispuesta, a darnos una verdadera autonomía, la misma que tenemos ahora, pero con la sumisión al Santo Padre. Nosotros la deseamos, siempre hemos deseado ser sumisos al Santo Padre. No es una cuestión de despreciar su autoridad, todo lo contrario, pero fuimos echados de ahí porque éramos tradicionalistas. Pues bien, si, como yo lo he solicitado tantas veces, Roma acepta dejarnos experimentar la Tradición, ya no habrá más problemas, tendremos libertad para continuar el trabajo que llevamos a cabo - como lo hemos hecho hasta ahora - bajo la autoridad del Soberano Pontífice». Éste era su gran deseo, para lo cual exhortó a los sacerdotes y a los fieles a rezar: «que el Buen Dios haga que podamos contribuir de una manera oficial, libre y pública, a la construcción de la Iglesia y a la salvación de las almas...»
9-11/11/1987
En el otoño, entre el 11 de noviembre y el 9 de diciembre, el Cardenal Gagnon, visitó varios seminarios, prioratos y las principales casas y escuelas, se reunió con algunos sacerdotes, seminaristas y familiares, monjas y religiosos. En todos los lugares a los que iba, podía apreciar la atmósfera profundamente católica que reinaba.
21/11/1987
En carta, con fecha del 21 de noviembre de 1987, el arzobispo insistió en que la gran familia de la Tradición se pudiera desarrollar en un ambiente verdaderamente católico, permaneciendo «adheridos a la Iglesia romana, adheridos a Pedro y a sus sucesores, pero absoluta y radicalmente alejados del espíritu conciliar de la libertad religiosa, del ecumenismo, de la colegialidad, del espíritu de Asís, frutos del modernismo y del liberalismo tantas veces condenados por la Santa Sede».
En este contexto, Monseñor Lefebvre declaró: «Aceptamos gustosos ser reconocidos por el Papa tal cual somos, y tener un asiento en la Ciudad Eterna, para aportar nuestra colaboración para la renovación de la Iglesia; nosotros jamás quisimos romper con el Sucesor de Pedro, ni considerar que la Santa Sede está vacante, a pesar de las pruebas que esto nos ha traído. Por consiguiente, presentamos un proyecto de reintegración y normalización de nuestras relaciones con Roma».
La propuesta de Reglamento evoca el texto conciliar Presbyterorum ordinis (n°10) y expresa un requisito previo sine qua non: «Si la Santa Sede desea sinceramente que nos convirtamos oficialmente en colaboradores eficaces para la renovación de la Iglesia, bajo su autoridad, es completamente necesario que seamos recibidos tal cual somos, que no se nos exija modificar nuestra enseñanza, ni nuestros medios de santificación, que son los de la Iglesia de siempre», Monseñor Lefebvre también solicitó el establecimiento de una Secretaría romana para promover iniciativas para la conservación de la Tradición. Su autoridad tendría como objetivo normalizar las obras de la Tradición mediante la concesión del episcopado a varios de sus miembros, fomentando al mismo tiempo una colaboración armoniosa con los obispos diocesanos.
En cuanto al estatuto canónico de la Fraternidad y de las diferentes sociedades religiosas asociadas, el Fundador de Ecône propuso agruparlas bajo un Ordinariato, al igual que se hace en el sector militar. Exigía el levantamiento de las sanciones y el reconocimiento de los Estatutos de la Fraternidad. Monseñor Lefebvre no sólo citaba un documento del Concilio, sino que invocaba igualmente las normas de la Constitución Apostólica Spirituali militum curæ de Juan Pablo II (21 de abril de 1986) para encontrar un marco legal que considerara adecuado para el desarrollo de las distintas congregaciones y sociedades que florecían en la Tradición. Finalmente, solicitaba que la jurisdicción de los sacerdotes de la Fraternidad sobre los fieles fuera recibida de Roma por el Superior General, y que lo mismo aplicara para los demás superiores de las sociedades tradicionalistas. Finalmente, Monseñor Lefebvre deseaba que las consagraciones episcopales se celebraran el domingo del Buen Pastor, es decir, el 17 de abril de 1988.
08/12/1987
El Cardenal Gagnon finalizó su visita apostólica al seminario de Ecône el 8 de diciembre, donde asistió oficialmente a la Misa pontifical celebrada por Monseñor Lefebvre, aunque éste último seguía suspendido. El Cardenal escribió en el libro de visitas del seminario una evaluación laudatoria sobre el trabajo allí realizado, el cual, en su opinión, debía ser extendido a toda la Iglesia.
15/02/1988
Algunos meses más tarde, el 15 de febrero de 1988, el Cardenal escribió a Monseñor Lefebvre que el Papa Juan Pablo II había leído cuidadosamente su largo informe y las propuestas que Monseñor le había enviado, y le anunció que un grupo de canonistas se encontraba trabajando en la estructura canónica, por lo que le sería presentado un proyecto legal y doctrinal «a finales de abril». Invitó a su destinatario a guardar la paciencia, así como a mantener la discreción para evitar suscitar oposiciones de aquellos que «no desean una reconciliación».
20/02/1988
El 20 de febrero, Monseñor Lefebvre le respondió al Cardenal, dándole a conocer su temor de que «el procedimiento empleado para una solución se prolongue indefinidamente, poniéndome en la obligación moral de proceder con las consagraciones episcopales sin la autorización de la Santa Sede, lo cual debe evitarse». Sugirió que el Soberano Pontífice tomara «una decisión provisional que no comprometa el futuro y que permita experimentar el ejercicio de la Tradición oficialmente aprobado por la Iglesia. Los problemas doctrinales podrían ser objeto de negociaciones posteriores a la solución canónica, de lo contrario nos encontraremos en el punto de partida». Por último, Monseñor esperaba poder leer el informe del Cardenal Gagnon, a diferencia de los informes de las visitas al seminario de Ecône realizados por tres cardenales en 1974.
A esta carta dirigida al Cardenal Gagnon, el arzobispo adjuntó otra dirigida al Santo Padre. En ella le expresaba la profunda satisfacción que le había ocasionado la visita cardenalicia, y proponía a Juan Pablo II una solución provisional para evitar romper la esperanza que había surgido. A este fin, «parece imposible retomar los problemas doctrinales inmediatamente; sería volver al punto de partida y retomar las dificultades que han prevalecido durante 15 años. La idea de una comisión coadyuvante luego del reglamento jurídico es la más adecuada, si deseamos realmente encontrar una solución práctica».
Concretamente, Monseñor pedía que la Fraternidad San Pio X fuera reconocida «de derecho pontificio» y que se estableciera en Roma una comisión presidida por un cardenal protector. Este organismo regularía «todos los problemas canónicos de la Tradición y mantendría las relaciones con la Santa Sede, los dicasterios y los obispos». Monseñor Lefebvre solicitaba un acuerdo de principio para presentar al Cardenal Gagnon los nombres de los futuros obispos, cuya consagración parecía «indispensable y urgente», e insistía: «debido a mi edad y mi cansancio, ya van dos años que yo no celebro las ordenaciones en el seminario de Estados Unidos (...), ya no tengo la salud necesaria para cruzar los océanos. Es por esto que suplico a Su Santidad resolver este punto antes del 30 junio de este año». Monseñor indicaba que los obispos, «elegidos de entre los sacerdotes de la Tradición», tendrían jurisdicción sobre las personas en lugar de una jurisdicción territorial. Por último, pedía la exención de la jurisdicción de los Ordinarios locales. Para esto, los superiores de las obras de la Tradición entregarían los informes de sus actividades al Ordinario, sin estar «obligados a pedir una autorización» para fundar un nuevo centro. En conclusión, Monseñor Lefebvre resume su postura de siempre: «Nos alegraría mucho poder reanudar las relaciones normales con la Santa Sede, pero sin cambios en lo concerniente a lo que somos; porque así es como estamos seguros de que seguimos siendo hijos de Dios y de la Iglesia romana».
11/03/1988
Desde Canadá, el cardenal Gagnon informó a Monseñor Lefebvre que le sería presentado un proyecto a mediados de abril. El 18 de marzo, el Cardenal Ratzinger propone una reunión entre expertos (un teólogo y un canonista) antes de tomar las decisiones finales.
12/04/1988
La reunión de expertos se llevó a cabo del martes 12 de abril, al jueves 14 de abril de 1988 en Roma. En presencia del Padre Benoît Duroux, O.P., quien actuó como intermediario, Don Fernando Ocariz, teólogo y Don Tarcisio Bertone, canonista, frente a Monseñor Bernard Tissier de Mallerais, teólogo, y Patrice Laroche, canonista. Se estableció la base para un acuerdo, que fue presentado inmediatamente a Monseñor Lefebvre, quien no ocultó su satisfacción.
15/04/1988
Después de haber leído el informe del Padre Duroux, Monseñor Lefebvre escribió desde Albano al Cardenal Ratzinger diciendo sentirse muy feliz por «acercanos cada vez más a un acuerdo».
Monseñor Lefebvre se sentía encantado por el hecho de que la Fraternidad San Pío X fuera erigida como una Fraternidad de Vida Apostólica de Derecho Pontificio, disfrutando de completa autonomía y de la potestad para formar a sus propios miembros, incardinar a su clero y asegurar la vida de comunidad de sus miembros. Además, según indicaban los términos del informe que serviría como el protocolo para el acuerdo, Roma garantizaba una «cierta exención con respecto a los obispos diocesanos para los asuntos concernientes al culto público, el cura animarum, y otras actividades apostólicas». La jurisdicción sobre los fieles sería conferida por los Ordinarios locales o por la Sede Apóstolica. La Santa Sede crearía una Comisión romana a la cual pertenecerían «sólo uno o dos miembros de la Fraternidad». Por último, el documento mencionaba que «por razones prácticas y psicológicas», parecía ser conveniente la consagración de un miembro de la Fraternidad como obispo. En esencia, esto significaba que las propuestas de Monseñor Lefebvre habían sido escuchadas.
Y en su carta al Cardenal Ratzinger, Monseñor expresó su gran alegría por poder tener finalmente un sucesor en el episcopado. Pero, señaló, «un solo obispo no será suficiente para toda la carga de trabajo; ¿no sería posible tener dos, o por lo menos, la posibilidad de elevar la cifra en los próximos seis meses o un año?» También mencionó una idea que un día tendría un gran futuro: con este acuerdo «¿no sería conveniente que se concediera la posibilidad de usar los libros litúrgicos de Juan XXIII a todos los obispos y sacerdotes?» Le tomaría a Roma casi veinte años reconocer que todos los sacerdotes del mundo católico tienen derecho a usar la liturgia anterior al Concilio...
04/05/1988
Finalmente, Monseñor Lefebvre aceptó el principio y contenidos de una declaración doctrinal breve, aunque inicialmente se había negado rotundamente a hacerlo. Envió el documento ese mismo día, el 15 de abril de 1988. Con excepción de algunos detalles, se trataba del mismo texto que firmaría en Roma tres semanas después, el 5 de mayo, el cual incluía cinco puntos:
- «Prometemos ser siempre fieles a la Iglesia Católica y al Pontífice Romano, su Pastor Supremo, Vicario de Cristo, Sucesor de San Pedro en su primado como cabeza del Colegio de Obispos;
- Declaramos nuestras aceptación de la doctrina contenida en §25 de la Constitución dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II sobre el magisterio eclesiástico y la adherencia que le es debida;
- Respecto a ciertos puntos enseñados por el Concilio Vaticano II o concernientes a reformas posteriores hechas a la liturgia y a la ley, y que no parecen poderse reconciliar fácilmente con la Tradición, prometemos tener una actitud positiva de estudio y comunicación con la Sede Apstólica, evitando toda polémica;
- Además, tomando en cuenta lo que se establece en §3, declaramos que reconocemos la validez del Sacrificio de la Misa y los Sacramentos celebrados con la intención de hacer lo que la Iglesia hace, y de acuerdo con los ritos indicados en las versiones típicas del Misal Romano y los rituales de los sacramentos promulgados por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II;
- Finalmente, prometemos respetar la disciplina común de la Iglesia y, por tanto, las leyes disciplinarias contenidas en el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Juan Pablo II, sin prejuicios hacia la disciplina especial concedida a la Fraternidad mediante una ley particular».
Entre el 15 de abril y el 5 de mayo, Monseñor Lefebvre estaba convencido de haber obtenido un buen acuerdo que garantizaba la estabilidad y permanencia de su obra. Escribió al respecto entusiásticamente a uno de sus sacerdotes el 20 de abril diciendo que las negociaciones «parecían dirigirse hacia una solución aceptable que nos concedería lo que siempre hemos pedido. Sería difícil no ver en esta acción de Roma la mano de Nuestra Señora de Fátima. Dentro de poco tendré que ir a Roma para firmar el acuerdo final, si no se opera ningún cambio en lo que se acordó la semana pasada».
En consecuencia, Monseñor participó el 4 de mayo en una reunión final en Albano, cerca de Roma, y firmó la declaración del Protocolo del Acuerdo el 5 de mayo, fiesta de San Pío V. Ese mismo día, escribió al Papa Juan Pablo II para agradecerle por su iniciativa que «ha logrado una solución aceptable para ambas partes». Monseñor Lefebvre creía que el documento que acababa de firmar podía «ser el punto de partida para distintas medidas que nos concederán un estatus legal en la Iglesia: el reconocimiento legal de la Fraternidad San Pío X como una sociedad de derecho pontificio, el uso de los libros litúrgicos de Juan XXIII, la constitución de una comisión romana y otras acciones indicadas en el Protocolo del Acuerdo». Todavía faltaba mucho por hacer. Monseñor le aseguró al Soberano Pontífice que «los miembros de la Fraternidad y todas las personas moralmente unidas a ella comparten nuestra alegría por este acuerdo y agradecen a Dios y a usted».
Se preparó un comunicado de prensa para el 7 de mayo, junto con otra carta para el Papa donde se detallaban cuáles serían los siguientes pasos. Pero a la mañana siguiente, el 6 de mayo, después de una noche terrible, Monseñor Lefebvre se retractó. ¿Qué fue lo que sucedió?
06/05/1988
Casi hasta el final, Monseñor Lefebvre pensó que podía firmar el documento y confiar en que sus interlocutores le concederían al menos un sucesor y le garantizarían la permanencia de su obra. Lo fundamental era obtener una o más consagraciones episcopales con la autorización de la Santa Sede. El Protocolo del Acuerdo que Monseñor Lefebvre aceptó firmar el 5 de mayo de 1988, establecía que «por razones prácticas y psicológicas, se cree que sería conveniente la consagración de un miembro de la Fraternidad como obispo». No se fijó ninguna fecha para esto. Pero después de la firma del protocolo, el Cardenal Ratzinger entregó a Monseñor Lefebvre una carta con fecha del 28 de abril de 1988, que suscitó inquietud y decepción en la mente del arzobispo.
En esta carta, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe escribió que la nominación de un obispo «no será posible en este momento, aunque no hubiera otra razón para esto más que la preparación y análisis de los archivos». Como hemos visto, Monseñor Lefebvre creía muy importante que esto se hiciera lo más pronto posible. Durante las discusiones realizadas a mediados de abril en Roma, Monseñor había pedido que la consagración episcopal de un sacerdote de la Fraternidad se celebrara inmediatamente, como lo había mencionado en su carta a Juan Pablo II el 20 de febrero de ese mismo año. La urgencia de la nominación de un sucesor se debía, principalmente, a «la edad avanzada de Monseñor Lefebvre y a su agotamiento físico durante los últimos meses». Lo que estaba ya casi al alcance de la mano («la consagración de un obispo parece conveniente») se había pospuesto indefinidamente.
Podemos entender por qué Monseñor Lefebvre escribió el 6 de mayo al Cardenal Ratzinger estas palabras que expresan tan bien lo que pasaba por su mente: «Ayer firmé con mucha satisfacción el Protocolo elaborado durante los días precedentes. Sin embargo, usted mismo ha sido testigo de mi profunda decepción al leer la carta que me envió, donde se especificaba la respuesta del Santo Padre sobre las consagraciones episcopales. Volver a posponer las consagraciones a una fecha indefinida sería la cuarta vez que se posponen. En mis cartas anteriores, se indica claramente la fecha del 30 de junio como la última posible. Ya le he proporcionado un archivo con los nombres de los candidatos. Todavía quedan dos meses para hacer el mandato. Dadas las circunstancias particulares de esta propuesta, el Santo Padre puede acortar los procedimientos sin ningún problema para anunciar el mandato a mediados de junio. En caso de que la respuesta sea negativa, me veré obligado en conciencia a proceder con las consagraciones, amparándome en el acuerdo logrado con la Santa Sede en el Protocolo para la consagración de un obispo miembro de la Fraternidad».
Monseñor Lefebvre hizo mención de la reticencia romana expresada tanto oralmente como por escrito, que contrastaba con las expectativas de los sacerdotes y fieles, quienes no entenderían las razones para un nuevo aplazamiento, y que estaban «deseosos de tener obispos realmente católicos, para transmitirles la fe verdadera y comunicárselas en un modo seguro para recibir las gracias de salvación a las que tanto ellos como sus hijos aspiran». Monseñor finalizó expresando su «deseo de que esta solicitud no se convierta en un obstáculo insuperable para la reconciliación en proceso».
Ese mismo día, el Cardenal Ratzinger pospuso la publicación del comunicado de prensa y pidió a Monseñor Lefebvre reconsiderar su posición, afirmando que sus intenciones respecto a la consagración episcopal de un miembro de la Fraternidad para el 30 de junio representaban una contradicción completa a lo que había aceptado en el protocolo. El Cardenal se estaba enfocando en detalles sin importancia e ignorando las repetidas solicitudes del fundador de Ecône pidiendo un sucesor episcopal. Monseñor Lefebvre regresó muy decepcionado.
17/05/1988
El 17 de mayo, el Cardenal Ratzinger dio al Padre Emmanuel du Chalard, el intermediario de Monseñor Lefebvre en Roma, el borrador de una carta «más en conformidad con los requisitos del estilo de la Curia romana».
De hecho, la carta que Monseñor había enviado al Papa Juan Pablo II ya no era suficiente. Necesitaba «pedir perdón humildemente por todo lo que, a pesar de mi buena fe, hubiera podido causar un disgusto al Vicario de Cristo». Y, sobre todo, tenía que limitarse a sugerir "sin exigir una fecha definitiva" («senza esigere alcuna data»), la consagración de un obispo como su sucesor. He aquí los términos exactos de la carta que tenía que enviar al Santo Padre:
«Sé muy bien que la regularización canónica de la Fraternidad no prevé la consagración de un obispo para ser mi sucesor, porque no es necesario per se. Sin embargo, poniendo atención especialmente a la necesidad práctica de un obispo que celebre todas las funciones pontificias según el rito anterior a la reforma litúrgica, me sentiría muy feliz si Su Santidad nominara un obispo que pudiera, en cierto sentido, ser mi sucesor».
La carta debía tener un tono humilde e incondicional, para que el Papa concediera sus pedidos más fácilmente. Una vez más, lo que parecía estar al alcance de la mano seguía siendo discutido y pospuesto.
Cuando el Padre du Chalard confirmó la intención del fundador de Ecône de consagrar tres obispos el 30 de junio, el cardenal Ratzinger le pidió hacer llegar a Monseñor una invitación a Roma, por lo que se agendó una nueva cita para el 24 de mayo.
Desde Ecône, Monseñor Lefebvre redactó una carta para el Papa, en la que señalaba: «surge una grave dificultad respecto al episcopado acordado para la Fraternidad para sucederme en mi función episcopal». Monseñor entendía que, para la Santa Sede, la cuestión del episcopado era «fuente de inquietud y preocupaciones», «las cuales provocan retrasos, respuestas evasivas (...) desde hace más de un año». Todo está listo para el 30 de junio, fecha última: «Los acuerdos han sido firmados y los nombres de los candidatos ya han sido propuestos. Si el cardenal Ratzinger está demasiado ocupado para preparar los mandatos, el cardenal Gagnon podría encargarse. Muy Santo Padre, por favor ponga fin a este problema tan doloroso...»
Una vez más, el prelado explicó la renovación que tendría lugar si el Papa daba a la Iglesia «obispos libres para poder revivir la fe y la virtud cristianas a través de los medios que Nuestro Señor ha confiado a su Iglesia para la santificación de los sacerdotes y los fieles. Sólo un entorno completamente libre de los errores y vicios modernos puede permitir esta renovación». Depende únicamente del Papa producir, a través de sus decisiones, este entorno renovado, el cual sería el medio para proporcionar a la Iglesia, con la gracia de Dios, «una nueva juventud» que «transformará a la sociedad pagana en una sociedad cristiana».
24/05/1988
Monseñor Lefebvre viajó a Roma donde se reunió con el cardenal Ratzinger y sus secretarios. Allí entregó su carta al Papa, y una carta adicional, dirigida al cardenal, que había escrito ese mismo día. En esta carta del 24 de mayo, Monseñor reiteró lo que había escrito el 6 de mayo, al otro día de la firma de la declaración doctrinal. «Después de haberlo reflexionado, parece evidente que el objetivo de estos diálogos es reintegrarnos en la Iglesia conciliar, la única Iglesia a la que han hecho alusión durante todas las entrevistas». Ha habido una confusión, pues «pensamos que nos proporcionarían los medios para continuar y desarrollar las obras de la Tradición, especialmente otorgándome algunos coadjutores, tres, por lo menos, y dando también en el organismo romano una mayoría a la Tradición». Porque el objetivo era mantenerse «ajenos a toda influencia progresista y conciliar». Monseñor Lefebvre nunca cambió de opinión en este punto. Desde el inicio de las negociaciones, un año antes, Monseñor creyó que sería posible para la Fraternidad trabajar oficialmente siendo reconocida tal cual es, sin necesidad de adoptar las novedades de Vaticano II.
Finalmente, Monseñor Lefebvre toma las riendas de la situación: «Es por esto que, con gran pesar nuestro, nos vemos obligados a pedir que antes del 1 de junio se nos indique claramente cuáles son las intenciones de la Santa Sede sobre estos dos puntos: la consagración de los tres obispos postulados para el 30 de junio y la mayoría de los miembros de la Tradición en la Comisión romana. Si no recibo respuesta a estas preguntas, procederé a la publicación de los nombres de los candidatos que consagraré el 30 de junio, con la ayuda de Su Excelencia Monseñor de Castro Mayer. Mi salud y las necesidades apostólicas para el crecimiento de nuestras obras, ya no permiten más retrasos adicionales».
Durante la entrevista, el Cardenal hizo alusión a la fecha del 15 de agosto, sin responder a los otros asuntos pendientes. Una semana más tarde, Monseñor Lefebvre acudió a Pointet, cerca de Vichy, para informar a los responsables de las diferentes comunidades y explicarles los pormenores de lo que Roma llamaba una «reconciliación». Allí, hizo mención también de la consagración de los cuatro obispos y de la promesa de Monseñor de Castro Mayer de acudir a Ecône para ayudarlo en este acto tan importante.
30/05/1988
El Cardenal Ratzinger escribe a Monseñor Lefebvre para darle a conocer la respuesta de Juan Pablo II a su carta del 20 de mayo y a la carta enviada al Cardenal el 24 de mayo. Sobre la cuestión de la Comisión romana, el Papa afirmaba que lo más conveniente era ceñirse a los términos - por imprecisos que fueran - del protocolo, y que el Santo Padre sabría nominar a las personas que hicieran falta. Sobre la cuestión de la consagración episcopal, la respuesta fue que el Papa estaba dispuesto a designar un obispo miembro de la Fraternidad, «y a acelerar el proceso habitual de designación, para que la consagración pudiera celebrarse para la clausura del Año Mariano, el 15 de agosto siguiente». Por último, el Cardenal Ratzinger pidió a Monseñor Lefebvre renunciar a la consagración de tres obispos el 30 de junio, aunque ya lo hubiera anunciado públicamente. Era la primera vez que Roma proponía una fecha precisa, después de haber afirmado que el 15 de agosto, durante las vacaciones, era imposible. Pero ya era muy tarde. Monseñor Lefebvre estaba cansado de tantas demoras y de haber obtenido tan poco después de tantos esfuerzos. Desde hacía varias semanas, el vínculo de la confianza pendía de un hilo.
02/06/1988
Monseñor Lefebvre sacó inmediatamente las conclusiones de la carta del Cardenal Ratzinger. El 2 de junio, escribe al Santo Padre una carta donde se declara convencido, al término de los intercambios que han tenido lugar, «en una atmósfera de cortesía y caridad» que «el momento de una colaboración franca y eficaz no ha llegado todavía».
Monseñor recuerda la validez y fundamentos de su empresa, que sigue siendo incomprendida por las autoridades romanas: «si todo cristiano está autorizado a pedir a las autoridades competentes de la Iglesia mantener la fe de su bautismo, ¿qué puede decirse de los sacerdotes, los religiosos y las religiosas?» «Para mantener intacta la fe de nuestro bautismo es que nos hemos tenido que oponer al espíritu de Vaticano II y a las reformas inspiradas por éste último. El falso ecumenismo, que es la causa de todas las innovaciones del Concilio, en la liturgia, en las nuevas relaciones de la Iglesia y del mundo, en la concepción de la Iglesia misma, conducen a ésta a su ruina y a los católicos a la apostasía».
Dado que, explica Monseñor Lefebvre «nos oponemos radicalmente a esta destrucción de nuestra fe, y estamos decididos a permanecer en la doctrina y la disciplina tradicionales de la Iglesia, especialmente en lo concerniente a la formación sacerdotal y a la vida religiosa, sentimos la absoluta necesidad de tener autoridades eclesiásticas que coincidan con nuestras preocupaciones y que nos ayuden a protegernos contra el espíritu de Vaticano II y el espíritu de Asís».
«Es por esto que solicitamos varios obispos, elegidos en la Tradición, y la mayoría de los miembros de la Comisión romana, para protegernos de cualquier tipo de compromiso. Debido al rechazo a considerar nuestras peticiones, y siendo evidente que el objetivo de esta reconciliación no es el mismo para la Santa Sede que para nosotros, creemos preferible esperar a que vengan tiempos más propicios para el regreso de Roma a la Tradición».
«Por esta razón, nos proporcionaremos a nosotros mismos los medios de continuar con la obra que la Providencia nos ha confiado, seguros, gracias a la Carta de Su Eminencia el Cardenal Ratzinger del 30 de mayo, de que la consagración episcopal no es contraria a la voluntad de la Santa Sede, puesto que ya ha sido acordada para el 15 de agosto. Nosotros seguiremos rezando para que la Roma moderna, infestada de modernismo, vuelva a ser la Roma católica y recupere su Tradición bimilenaria. Sólo entonces, el problema de la reconciliación ya no seguirá existiendo y la Iglesia encontrará una nueva juventud».
09/06/1988
La reacción romana fue similar a la de los años 1975-1976, cuando el Papa Pablo VI se decidió a escribir una carta personalmente. El 9 de junio, Juan Pablo II dirigió a Monseñor Lefebvre una carta solemne, en la que retomaba las soluciones acordadas el 5 de mayo: «éstas permitirían a la Fraternidad San Pío X existir y obrar en la Iglesia en comunión plena con el Soberano Pontífice, guardián de la unidad y la Verdad. Por su parte, la Sede Apostólica sólo tiene un objetivo en vista a partir de las conversaciones mantenidas con usted: favorecer y salvaguardar esta unidad en obediencia a la Revelación divina, traducida e interpretada por el Magisterio de la Iglesia, especialmente en los 21 Concilios ecuménicos, desde Nicea hasta Vaticano II».
El problema doctrinal planteado por Vaticano II, Concilio atípico debido a su naturaleza pastoral, había sido evacuado. Si la intención del Santo Padre era obligar al prelado francés a obedecer Vaticano II, estaba en un gran error. Por tanto, la petición del arzobispo respecto a las ordenaciones episcopales parecía «un acto cismático dadas las consecuencias teológicas y canónicas inevitables que usted ya conoce muy bien. Lo invito fervientemente a que regrese, con humildad, a la obediencia plena al Vicario de Cristo».
La incomprensión total ocasionó que las tensiones resurgieran. Todo esto fue cubierto por los medios de comunicación de un modo dramático, a medida que se aproximaban las consagraciones del 30 de junio de 1988.
15/06/1988
En la conferencia de prensa realizada en Ecône el 15 de junio, Monseñor Lefebvre reveló algunos detalles sobre las discusiones que habían tenido lugar.
Monseñor Lefebvre: «Tienen tiempo para prepararse antes del 30 de junio, para hacer la investigación y darme el mandato...»
Cardenal Ratzinger: «¡Oh, no! ¡No, no! Es imposible; tener todo listo para el 30 de junio es imposible».
«Entonces, ¿cuándo? ¿El 15 de agosto? ¿Al final del Año Mariano?»
«¡Oh, no! No, no, Su Excelencia. Sabe bien que no habrá nadie en Roma el 15 de agosto. Todos estarán de vacaciones del 15 de julio al 15 de septiembre; el 15 de agosto queda descartado, es imposible».
«Entonces, ¿puede ser el 1 de noviembre? ¿Día de Todos los Santos?»
«No lo sé, no puedo darle una respuesta».
«¿Para Navidad?»
«Realmente no sabría decirle».
Mas tarde, Monseñor Lefebvre diría que la impresión general era que estaban tomándole el pelo, por lo que perdió toda confianza y dejó de creer en las promesas de sus interlocutores... También tenía la impresión de que estaban desperdiciando su energía, aun cuando los preparativos ya estaban en marcha en Ecône.
Frente a los periodistas, el prelado proporcionó numerosos detalles de las discusiones orales que tuvieron lugar en Roma. Por ejemplo, la cuestión de la iglesia Saint Nicolas du Chardonnet, en París. El Cardenal Ratzinger explicó a su estupefacto interlocutor, que a partir de ese momento sería necesario celebrar una nueva misa todos los domingos.
Monseñor Lefebvre repartió a los periodistas una corta presentación de cada uno de los sacerdotes que había elegido para asegurar la perennidad de la Tradición, especialmente dispensando los sacramentos de confirmación y orden sacerdotal. Se trataba de los Padres Bernard Tissier de Mallerais, un francés ordenado en 1975, Richard Williamson, un inglés ordenado en 1976, Alfonso de Galarreta, un español ordenado en 1980, y Bernard Fellay, un suizo ordenado seis años antes.
30/06/1988
Tras su negativa a hacerlo, en el entendimiento de que no se ha de pedir perdón por «hacer lo que debe hacerse», se desdice del acuerdo y poco después, remitiéndose a aquella seguridad que se le había dado que el Papa no se oponía a darle un sucesor, decide consagrar cuatro obispos escogidos de entre miembros de su congregación: los padres Alfonso de Galarreta (hispano-argentino), Bernard Fellay (suizo), Richard Williamson (inglés, converso del anglicanismo) y Bernard Tissier de Mallerais (francés).
Los puntos centrales de la controversia entre Monseñor Lefebvre y la Santa Sede son esencialmente cuatro: la protestantización del nuevo ritual de la Misa, el ecumenismo, la libertad religiosa y la colegialidad.
19/06/1988
Monseñor recordó en un comunicado de prensa las razones por las que habían fracasado las conversaciones. En él, explicaba haber mantenido «una cierta esperanza de que a medida que la autodemolición de la Iglesia se acelerara, fuéramos vistos por ellos con cierta benevolencia». La carta del 28 de julio de 1987 del Cardenal Ratzinger parecía abrir «nuevos horizontes». Como Monseñor Lefebvre había anunciado que se proporcionaría a sí mismo sus sucesores, súbitamente parecía como si «Roma nos mirara más favorablemente».
En efecto, en la propuesta romana inicial, no era «cuestión de firmar un documento doctrinal ni cuestión de pedir perdón, sino que se había anunciado finalmente un visitante, la Fraternidad podría ser reconocida, la liturgia sería la anterior al Concilio, ¡los seminaristas conservarían el mismo espíritu!... Por tanto, aceptamos retomar este nuevo diálogo, pero con la condición de que nuestra identidad estuviera bien protegida contra las influencias liberales por los obispos elegidos en la Tradición, y por una mayoría de miembros en la Comisión romana para la Tradición. Sin embargo, tras la visita del Cardenal Gagnon, del cual seguimos sin saber nada, las decepciones se fueron acumulando».
La decepción provino del texto doctrinal que debía firmarse repentinamente, de la mínima representación en el organismo de la Tradición en Roma, de la ausencia de una fecha para la consagración episcopal de un sacerdote de la Fraternidad, acordada in extremis. Pero, sobre todo, el Cardenal Ratzinger no cesaba de insistir en la necesidad de pertenecer a la única Iglesia, la de Vaticano II, y, por tanto, de sugerir que la reconciliación en curso no era más que una etapa que precedía a la aceptación total del Concilio, sus reformas, su espíritu, sus novedades... A pesar de esto, Monseñor Lefebvre firmó el protocolo del 5 de mayo, deseando poder confiar, en vista de los importantes avances acordados (liturgia, estatuto canónico, formación y ordenación de los candidatos, sucesión en el episcopado).
La fecha de la consagración episcopal, que, como ya hemos visto, creó tantos problemas, y las nuevas exigencias de Roma - el borrador para la carta definitiva que el Cardenal Ratzinger prácticamente dictó a Monseñor Lefebvre el 17 de mayo - aclararon el panorama al arzobispo.
Aunque logró obtener a causa de su insistencia y obstinación una fecha para la consagración (15 de agosto), Monseñor reconoció que «el ambiente ya no es el de una colaboración fraterna y un simple reconocimiento de la Fraternidad. Para Roma el objetivo de este diálogo es la reconciliación, como lo declaró el Cardenal Gagnon, en una entrevista realizada para el diario italiano L'Avvenire, es decir, el retorno de las ovejas perdidas al redil. Esto es lo que escribí en la carta al Papa del 2 de junio: "El objetivo de las conversaciones no es el mismo para ustedes que para nosotros"».
El prelado octogenario finaliza el comunicado diciendo: «La actual Roma conciliar y modernista jamás podrá tolerar la existencia de una rama vigorosa de la Iglesia católica que la condena a través de su vitalidad. Por tanto, sin duda, será necesario esperar algunos años para que Roma recupere su Tradición bimilenaria. Mientras tanto, nosotros continuaremos demostrando que, con la gracia de Dios, esta Tradición es la única fuente de santificación y salvación para las almas, y la única posibilidad de renovación para la Iglesia».
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