FESTIVIDAD INMACULADA CONCEPCIÓN

 


Inmaculada Concepción

Iglesia San Andrés Apóstol, de Baeza


     Con motivo de tan grande fiesta, tan íntimamente unida al ser hispánico como Patrona de España, del Requeté, de las Margaritas y de las Juventudes Carlistas, adjuntamos un breve repaso sobre el «Desarrollo teológico inmaculista» y un fragmento de la película «Duns Scoto» (año 2011), donde se  recrea el famoso debate habido en la Universidad de La Sorbona (Paris), hacia el año 1306, entre franciscanos y dominicos (estos últimos defendían la tesis «maculista»).


El presente artículo tiene como objeto el hacer un esbozo brevísimo de lo que ha sido considerado el mayor debate teológico de todos los tiempos[1], para culminar con la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción por parte del Santo Padre Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su Bula Inefabilis, en la que se nos daba como verdad revelada que todos los fieles tienen que creer que : «la beatísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano». Este dogma, como cualquier otro, tiene su fundamento en la Sagrada Escritura y en la tradición oral, pero como es obvio, ninguna de las dos fuentes lo afirman tácitamente.

Esta decisión pontificia fue el resultado final de varias declaraciones anteriores del Magisterio: en el Concilio de Basilea (en una sesión cismática), en 1439, mantuvo que la posición inmaculista debía tener valor de creencia piadosa. En 1476, el Papa Sixto IV introdujo en la Iglesia Universal la misa y el oficio en honor de la Inmaculada Concepción y prohibió censurar de herejía o pecado mortal a los que defendieran la tesis inmaculista. En el Concilio de Trento, sin dar ninguna decisión definitiva, sin embargo enseñó (en su sesión quinta[2], en 1546; y sexta[3] , en 1547) que ni la universalidad del pecado original ni la flaqueza humana son obstáculo para una excepción en María. En 1661, el Papa Alejandro VII prohibió todos los libros que no admitiesen la doctrina de la Inmaculada concepción; Alejandro VIII, en 1690, condenó la proposición sostenida por los jansenistas[4].

Entonces, ¿cómo no fue percibido desde un primer momento? ¿porqué casi dos milenios para su definición? Comencemos este brevísimo recorrido por el pensamiento teológico de los siglos.

Partiendo de la época patrística ciertamente se desarrolló la doctrina de la inmunidad de María al pecado original, pero sin testimonios concretos debido a que eran incapaces de elaborar en una línea unitaria de pensamiento la historicidad de María y la necesidad universal de redención, por un lado, con la mediación e impecabilidad de Cristo por otro.

Con todo ello, aun así, resaltan con intensidad la pureza de María en la que se basarán los desarrollos posteriores, atestiguada -por ejemplo- por San Hipólito (S. III), Tertuliano[5] (S. III), san Epifanio[6] (S. VI); San Gregorio de Nisa[7] (S.IV) ya en Oriente, y de allí mismo el himno Akathistos cantando la virginidad de María[8].

Ciertamente, tal y como podemos encontrarlo en los Padres (San Ignacio, San Atanasio o San Ambrosio, o en los mismos Capadocios) hay una permanente referencia e insistencia a la pureza de María, manteniendo que dado que la pureza le era propia en gran manera pudo aceptar el mensaje que le participó el ángel.

Estos planteamientos ya se pueden considerar gérmenes para la comprensión de la Inmaculata Conceptio.

Pero al mismo tiempo ya surgen obstáculos: así tenemos que en los propios Padres Capadocios que en el párrafo anterior parecían abrirnos un camino expedito de dificultades, presentan indecisiones y vacilaciones, como San Gregorio de Nisa, padre de la mística, que influido por Orígenes, llegó a mantener que María tuvo dudas de fe[9]. A este mismo pensamiento se sumó el capadocio San Basilio[10](S. IV).

El problema que estos no lograron resolver – María realizaba progresos en la perfección y en la inteligencia de la salvación , ya que todavía era viadora y creyente – fue resuelta por Anfiloquio de Olimpo al mantener que la espada profetizada por Simeón era la Cruz como signo de contradicción[11].

Mientras, en Occidente, San Ambrosio (S. IV) también intenta solucionarlo: «Sólo Cristo puede ser Redentor, porque nadie puede igualarle en piedad …» y «…Ni es de admirar que habiendo de redimir el Señor al mundo comenzase su obra por María, para que recibiera la primera en prenda de amor, el fruto de Salvación, aquella por cuyo medio se preparaba a todos la Salvación», para llegar a confirmar: «…Recíbeme, no de Sara, sino de María, para que sea virgen incorrupta, pero virgen por gracia, limpia de todo pecado».

Es evidente que no enseña la inmunidad de María pero sí que llega a ser propuesta como prototipo de perfecta impecancia, abandonado las vacilaciones de los capadocios, llegando a proclamar que el fundamento de que María pudiese profetizar en el Espíritu Santo era su santidad, que estaba a su vez fundada en la inhabitación del Hijo de Dios[12].

De esta forma llegamos a San Agustín (S.V) que no llega a hacer una presentación uniforme, y que no avanza en la solución del problema; en su obra De Natura et Gratia dice: «Exceptuando, pues, a la Santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a Nuestro Señor, cuando se trata de pecados no quiero mover absolutamente ninguna cuestión».

Pero el camino ya está abierto produciéndose un torrente de afirmaciones, que bien no llegan a explicitar el inmaculismo, no se produce un retroceso[13].

Ya se llega a afirmar la necesidad de una santificación previa, para hacerse digna de concebir al Hijo de Dios, como predicaba San Beda el Venerable (S.VII) y, de semejante modo, San Juan Damasceno (S.VIII) o Pascasio Radberto (S.VIII)[14]. Pero éste último indica ya que es precisa la purificación y santificación de María a un tiempo anterior al anuncio del ángel, es decir: que en su concepción ya no perteneciese a la masa de pecadores[15]. Y San Anselmo de Canterbury (S.XII)[16] ya plantea hasta que punto la concepción de Cristo puede ser una excepción a la ley general del pecado original: puesto que es virginal no puede estar sometida a la ley del pecado. Pero considera que la liberación del pecado está en el orden de la Antigua Alianza[17], en base a la futura muerte del Redentor. Esta acentuación exagerada de la fuerza purificadora de la fe le impide situar la santificación antes del nacimiento.

Pero ahora llegamos a un punto crucial en este desarrollo teológico-histórico: Eadmero (S.XII)[18]. Fue el primero que enseñó formalmente la Inmaculada Concepción[19]: ya que en la concepción de María creó el Espíritu Santo una habitación para el Hijo de Dios, la misma concepción debía ser santa. A mismas conclusiones llegó el monje Osberto; pero ambos influyeron muy poco en el desarrollo posterior, aunque sí cabe resaltar que Eadmero es el primero que hace la distinción entre concepción activa y pasiva (María quedaba libre de pecado en su concepción pasiva).

Por el contrario, San Bernardo de Claraval (S.XII), con motivo de haberse introducido esta fiesta en Lyon (hacia el año 1140), la desaconseja como novedad infundada, enseñando que María habla sido santificada después de su concepción, pero estando todavía en el seno materno. Bajo su influencia los principales teólogos de los siglos XII y XIII (Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, Buenaventura, Alberto Magno, Tomás de Aquino) se declararon en contra de la doctrina de la Inmaculada. No hallaron el modo de armonizar la inmunidad mariana del pecado original con la universalidad de dicho pecado y con la indigencia de redención que tienen todos los hombres[20]. Resumamos la situación a estas alturas del siglo XII y XIII, las objeciones que se presentaban insalvables incluso con los argumentos de los teólogos de una nueva Orden que desempeñará un papel crucial, los Franciscanos[21]:

·        Necesidad universal de redención

·        Creencia de que por el acto sexual se transmitía el pecado original

·        Sólo podía ser redimida una vez existiese

Llegamos al momento crucial y, si se me permite, más emocionante, cuando ya parecían irresolubles todas las argumentaciones.

Terminando ya el siglo XIII y en los albores del siglo XIV, dos franciscanos, Guillermo de Ware y Juan Duns Escoto, encuentran un nuevo camino, la solución, la explicación decisiva por el hallazgo del concepto de prerredención. Según ellos, la Virgen precisaba de redención, y de hecho fue redimida por Cristo, pero de un modo superior al de los demás hombres. Mientras que estos fueron liberados del pecado, María fue preservado de él. Escoto[22] hace valer el argumento de la duda, es decir, siempre que haya duda hay que atribuir a María lo más elevado, si no se opone esto a la autoridad de la Iglesia o de la Escritura. Para él el Espíritu Santo es el principio de la Gracia. Deriva la santificación de María del meritum passionis y lo designa, en consecuencia, como gratia crucis[23].

Pero, por su importancia, extendámonos en el argumento de Escoto: «¿Fue concebida María en pecado original?» Para Escoto, el pecado original no consiste más que en la negación de la gracia que se debiera poseer. Y por eso no ha de preguntarse nada sobre la carne.





A esta cuestión responde: No. ¿Porqué? La perfectísima Redención de su Hijo y el honor del mismo. Es decir, que la dificultad de los maculistas la esgrime él como argumento casi único: «Se afirma que en Adán todos pecaron y que en Cristo y por Cristo todos fueron redimidos. Y que si todos, también Ella. Y respondo que sí, Ella también, pero Ella de modo diferente. Como hija y descendiente de Adán, María debía contraer el pecado de origen, pero redimida perfectísimamente por Cristo, no incurrió en él. ¿Quién actúa más eximiamente, el médico que cura la herida del hijo que ha caído, o el que, sabiendo que su hijo ha de pasar por determinado lugar, se adelanta y quita la piedra que provocaría el traspié? Sin duda que el segundo. Cristo no fuera perfectísimo redentor, si por lo menos en un caso no redimiera de la manera más perfecta posible. Ahora bien, es posible prevenir la caída de alguno en el pecado original. Y si debía hacerlo en un caso, lo hizo en su Madre».

En la discusión iba aplicando el argumento desde el punto de vista de Cristo Redentor, del pecado y desde María, llegando siempre a la misma conclusión. El argumento quedó cristalizado en las ya celebérrimas palabras: Potuit, decuit, ergo fecit; pudo, convino, luego lo hizo.

Escoto distingue en primer lugar entre la ley universal del pecado de origen, en la que entra María, y la caída real. Es decir, entre el débito y la contracción del pecado. María debía contraerlo por ser descendiente de Adán, pero no lo contrajo porque fue preservada. Por eso, su preservación se llama privilegio. Y en segundo lugar concilia la preservación de María y su dependencia de la Redención de Cristo, distinguiendo entre la Redención curativa y la preservativa. Esta última es, en opinión suya y ante el testimonio de la razón, redención más perfecta. Por lo que María, en su privilegio, lejos de menoscabar el honor de Cristo escapando a su influjo, depende de Él en forma más brillante y más efectiva.

En 1.325 la Orden franciscana apeló al Papa Juan XXII en Aviñón, y aunque andaban con diferencias sobre la pobreza, se inclinó hacia el inmaculismo mandando celebrar la fiesta en la Capilla Papal.

Los dominicos (maculistas en su posicionamiento) se mantendrán escépticos hasta su proclamación, mientras que Universidades, Órdenes, gremios y gobiernos se irán sumando a su defensa[24].

 




[1] No es el ánimo de este artículo la descripción histórica de la participación, más que destacada, de nuestra España en su defensa, ni los diversos acontecimientos históricos que rodean el camino hacia la proclamación.

[2] «Declara sin embargo, este mismo Santo Concilio que no es intención suya comprender en este decreto, en que se trata del pecado original, a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, Madre de Dios».

[3] «Si alguno dijere que el hombre, una vez justificado…, puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales; si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la Bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia, sea anatema».

[4] Mantenían que la oblación en el templo por medio de las avecillas el día de su purificación (uno como holocausto y otro por los pecados) era argumento de que Ella necesitaba purificación.

[5] “…el pecado que aquélla cometió (Eva) creyendo Esta lo borró.”

[6] “¿En qué tiempo hubo alguien que se atreviera a pronunciar el nombre de María y no añadiese luego, si se le preguntaba, la palabra virgen?”

[7] “…y, temo decir a Cristo, quien, queriendo nacer por nosotros nacidos, nace de una virgen, sancionando así la virginidad como algo que saca de la tierra y traspasa el mundo o más bien traslada un mundo al otro, el presente al futuro”.

[8] “…Salve, milagro primero de Cristo;

Salve, compendio de todos los dogmas”…

[9] Dando una visión extraña del pasaje de la profecía de Simeón Luc. 2, 34. Orígenes llega a comentar en la Homilía XVII, sobre le Evangelio de Lucas: “…Y bien, ¿pensamos que, habiéndose escandalizado todos los Apóstoles, la Madre del Señor quedó inmune al escándalo? … Si no sufrió en la Pasión del Señor, Jesús no murió por sus pecados. Pero si todos pecaron…para ser justificados y redimidos por su Gracia, también María se escandalizó en aquella ocasión.”

[10] Carta 260: “…También a ti, que aprendiste de lo alto lo concerniente al Señor, te alcanzará la duda.”

[11] En su Sermón de Hypapante. Acercándose ya la forma agustiniana, en la que la espada sería el dolor y la aflicción que tendría que soportar María en la muerte de su Hijo.

[12] San Hilario de Poitiers, en De Trinitate llega más allá indicando que fue santificada por el Espíritu Santo (entendido como El Logos) en la Anunciación.

[13] Germán de Constantinopla: «Dios te salve, María, llena de gracia, más santa y más excelsa que los cielos, más honorable que los serafines y más venerable que toda criatura». Sofronio de Jerusalén: «…Has superado a toda criatura, brillando con una pureza superior a la de todo otro ser, pues concebiste al Creador…».

[14] PASCASIO RADBERTO. De Partu Virginis.

[15] PASCASIO RADBERTO. Primae precaricationis.

[16] SAN ANSELMO DE CANTERBURY. De Conceptu virginali et de originali peccato

[17] SAN ANSELMO DE CANTERBURY. Cur Deus Homo

[18] Discípulo de San Anselmo; n. 1060 - m. 1126

[19] EADMERO. De Conceptu Beatae Mariae.

[20] Alejandro de Hales mantendría que María no pudo ser concebida en santidad, y que sólo después de la animación de su cuerpo pudo ser santificada en el seno de su madre. San Buenaventura hablará de una doble santificación: con una primera se consiguió una represión del fomes peccati y en la segunda una extinción del mismo. San Alberto Magno, llega a ver una triple graduación de la santificación.

[21] Fundados en 1.209

[22] Es obligado citar la famosa discusión en la Universidad de París, conocida como “Disputa de la Sorbona”, donde la cuestión sobre la Concepción de María ya estaba resuelta en sentido negativo. Tuvo que defender su posición en una disputa pública con los doctores de la misma. El triunfo fue rotundo. Presidían la Asamblea los Legados del Papa, presentes a la sazón en París para negociar asuntos con el Rey. La tradición nos dice que se opusieron a Escoto doscientos argumentos (un número que la leyenda ha acrecentado), que él refutó después de recitarlos uno tras otro de memoria. Los fragmentos de la disputa que han llegado hasta nosotros sólo llegan a cincuenta. La Asamblea se levantó aclamándole unánimemente vencedor. Así mismo hubo otra disputa en Colonia, donde los niños gritaban por la calle: ¡Vencedor Escoto!

[23] Algunos investigadores adjudican el honor de ser primero a Raimundo Lulio.

[24] Desde este momento, las aportaciones teológicas al respecto carecen de valor alguno.





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