XII LOS CATÓLICOS Y LA VIDA PÚBLICA



Todo a lo largo de los documentos pontificios que tratan del orden cristiano de los Estados se contienen declaraciones de carácter preceptivo o admonitorio acerca de los deberes de los católicos en la vida pública, que son imprescindibles para formara la conciencia colectiva.

En León XIII, en Immortale Dei, se encuentra una afirmación que debiera infundirnos a todos una preocupación muy viva. En la vida práctica, dice, los deberes de los católicos son más numerosos y más graves que los deberes de quienes están mal instruidos en nuestra Fe.

En el deber primero de los católicos es instruirse en la Doctrina de la Iglesia, profesarla abierta y constantemente y propagarla según la capacidad de cada uno. Negativamente, están, además, obligados a rechazar lo que sea incompatible con su profesión cristiana.

Los seglares deben tener conciencia cada vez más clara no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser ellos la Iglesia misma.

Apenas es necesario decir que debe el católico amar a la Iglesia y a su patria. Pero sí importa subrayar esta prelación. Hemos de amar a la patria, que nos ha dado la vida mortal; pero debemos tener un amor más entrañable a la Iglesia, que nos ha comunicado la vida eternamente duradera del alma. Ambos amores proceden de  un mismo principio eterno, proceden de Dios; pero, por se el uno natural y sobrenatural el otro, debe ocupar lugar preferente el amor a la patria eterna.


Obediencia a la jerarquía


Con mayor insistencia se predica, sin duda porque se cumple peor, el deber de obediencia de los católicos a la jerarquía eclesiástica en lo que concierne a la vida pública. No se trata ya la obediencia debida al Papa y a los obispos en  de jurisdicción eclesiástica, sino de la sumisión del propio juicio y de la voluntad propia al Magisterio ya las normas que la jerarquía dicte  acerca de la acción política cuando ésta toca, ya se entiende, a materias de doctrina, y principalmente si afecta a la religión o a la familia. Las amonestaciones papales son continuas: conformaréis con toda la diligencia vuestra conducta a nuestras prescripciones; obedeceréis virilmente los preceptos dados por la Iglesia; obraréis en completa armonía con los obispos.

Se debe tal sumisión no sólo respeto de los principios generales, también en punto a criterios de aplicación y aun a los procedimientos. En efecto, además de una gran conformidad en los criterios y en la acción, es necesario ajustarse en el modo de proceder a lo que enseña la prudencia política de la autoridad eclesiástica.

Mantener entre sí la concordia es otro de los grandes deberes de los católicos cuando actúan en la vida pública. Se les pide no sólo unidad en la acción exterior, sino también unión perfecta de corazones y voluntades. Unidad de pensamiento, de pareceres, de opiniones y unanimidad de propósitos y de resoluciones.

Tal unidad, que se refiere, como queda dicho, a todo lo que sea fundamental, y singularmente en defensa de la religión, no excluye las legítimas discrepancias cuando se trata e materias opinables. Entonces el precepto de la concordia se cumple en forma de espeto recíproco de las actitudes y posiciones que lícitamente adopten unos y otros. Porque, en materias opinables, es lícita toda discusión moderada con deseo de alcanzar la verdad. Concretamente, si se trata de cuestiones estrictamente políticas, del mejor régimen político, de tal o cual forma de constitución política, está permitida una honesta diversidad de opiniones.

Monarquía católica. Fragmento del "Divino impaciente", de José María Pemán

Pero, si la religión se halla en peligro, deben cesar al punto todas las diferencias y, con unanimidad de pareceres y voluntades, deben combatir todos en defensa de la religión, que es el bien común por excelencia. Porque alcanza a todos la obligación de unirse para mantener vivo en la nación el verdadero sentimiento religioso y para defenderlo vigorosamente cuando sea necesario.

Condena del Modernismo: Encíclica Pascendi, de S. Pío X

NOTA: dada la situación actual de propagación de la herejía del Modernismo, por tal motivo y, siempre fieles a Cristo Rey, con la precaución basada en la Caridad, firmes en la Fe y con la mirada descansando en la Esperanza, el compendio de documentos pontificios que fundamentan el Magisterio Político van, principalmente, desde S.S. Pío VI (Encíclica Adeo Nota, del 23 de abril de 1791) hasta S.S. Pío XII (Mensaje a los juristas católicos italianos, 6 de diciembre de 1953).


Monseñor Lefebvre: Ni la Fe ni la Doctrina pueden cambiar


Sumisión a la autoridad civil


En lo que concierne al acatamiento al poder constituido y a la obediencia a la autoridad civil, si de todos los hombres se predica el deber de sumisión y de obediencia, mucho más estricto será el de los católicos. Porque éstos, aun cuando fuere indigno el que ejerce la autoridad, reconocen en él como una imagen de la majestad divina.

De la misma singular manera, les alcanza la obligación de resistir a las leyes cuando la autoridad manda algo injusto. En tal situación, los católicos se valdrán de todos los medios legítimos que, por derecho natural y por las disposiciones legales, queden a su alcance para inducir a los legisladores a reformar los preceptos injustos. En la medida de sus posibilidades, así los fieles como los sacerdotes, deben oponerse a la legislación inicua; y es postura acertada no rehusar el combate político cuando sea necesario, evitando dos peligros: la convivencia con la injusticia y una resistencia poco enérgica.

Reaparece aquí la doctrina sobre la tolerancia en un aspecto especialmente delicado, porque ahora no se refiere a la tolerancia que pueda practicar la autoridad, sino la que esté permitida a los ciudadanos.

Aprobar una injusta ley o colaborar con ella voluntariamente es totalmente ilícito; pero es cosa muy distinta someterse por la fuerza y con repugnancia a lo mandado, y más si se trata de aminorar con tal conducta los perniciosos efectos. 



Entonces se tolera el mal a la fuerza para evitar un daño mayor, y esto es lícito. Tal doctrina es de Pío XI y se refiere a la conducta que deben observar los católicos, principalmente los sacerdotes.

Concretamente, es un escrúpulo infundado pensar que se colabora con las autoridades públicas en una acción injusta si aun después de los vejámenes sufridos se les pide autorización legal para ejercer el sagrado ministerio. Entonces, toda apariencia, de cooperación formal y de aceptación de la ley queda suprimida por las solemnes reclamaciones hechas por la Sede Apostólica, por los obispos y aun por el pueblo. Con tal conducta, los sacerdotes no aprueban positivamente la ley inicua ni aceptan sus cláusulas; sólo materialmente se someten a esta injusta legislación, y esto para salvar el obstáculo que les impide el cumplimiento de sus sagradas funciones.


Cooperación ciudadana


Si es deber de todo hombre intervenir en la vida pública, los católicos tienen especiales motivos para ello. Es bueno participar en la vida política, y no querer hacerlo sería tan reprensible como negarse a colaborar con el bien común. Por eso está mandado expresamente que la acción de los católicos se extienda al poder supremo del Estado. Los católicos poseen la Verdad, pero tiene que ser vivida, encauzada, aplicada en todos los campos de la vida para que fructifique en obras de bien común. En la medida de sus fuerzas, cada uno debe, cooperar a la defensa, la conservación y la prosperidad del Estado; a su constitución y a la organización de sus funciones. Desdeñar la acción política y desentenderse de ella, so capa de sobrenaturalismo, no es conforme a la buena doctrina.

Tampoco puede circunscribirse tal intervención política a la defensa de la Fe, aunque este sea el primero de sus objetivos; debe mirar también a la defensa de la verdad y de la justicia y al servicio del bien común.

Dos notas han de marcar la actuación de los católicos en la vida pública, que se corresponden a dos virtudes entre sí complementarias: intrepidez y prudencia. Los que han de tomar parte en la vida política de una forma activa deben, por tanto, evitar con sumo cuidado dos vicios contrarios, el primero de los cuales usurpa el nombre de prudencia y el segundo la audacia de los malos.

Para la mayor parte de los católicos, la acción se ceñirá al ejercicio de sus derechos. 

La acción de los seglares en el mundo. Por el Prof. D. Miguel Ayuso

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