X FORMAS DE GOBIERNO Y SISTEMAS POLÍTICOS

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     Hoy en día se hace necesario hablar a la vez de formas de gobierno y de sistemas políticos, porque los términos clásicos: monarquía, república, democracia, aristocracia, se combinan en la realidad de las más variadas maneras.

     No es exacto que las formas de gobierno sean meros continentes en las que quepan toda clase de contenidos políticos. Pero tampoco es cierto que a una determinada forma política le sea consustancial un sistema determinado; un ejemplo: a la monarquía, un régimen de autoridad; a la republica, un sistema de democracia radical. Ejemplos hay de toda suerte de combinaciones  en los regímenes políticos vigentes.

     Quizá por eso la terminología magisterial ha variado, en este capítulo, al compás de los tiempos. León XIII hablaba de formas de gobierno. Pío XII emplea, además, la expresión sistemas políticos. En todo caso, los textos de los Pontífices se refieren a una misma cuestión y la doctrina es perfectamente coherente en todos ellos.

     Con poca propiedad se ha calificado la doctrina de la Iglesia como de indiferencia de las formas de gobierno. Más exacto sería llamarla de su licitud. Porque no se defiende que todas las formas de gobierno sean igualmente buenas, sino que todas pueden ser lícitas si cumplen determinadas condiciones. Por ello, lo que se predica a los católicos no es que deban cruzarse de brazos, indiferentes ante los varios sistemas políticos, sino que quedan libres en conciencia para preferir el que crean que mejor se acomode a su país en un momento dado.


Licitud de todas ellas


     La Iglesia, en efecto, aprueba todas las formas de gobierno, con tal de que queden a salvo la religión y la moral. No estando ligada a una más que a otra, si se salvan los derechos de Dios y los de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avernirse con las diversas instituciones políticas, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas. Todas son moralmente válidas, siempre que tiendan rectamente a su fin, es decir, el bien común, razón de ser de la autoridad política; siempre que sean aptas por sí mismas para la utilidad de los ciudadanos, asegurando la prosperidad pública. La Iglesia ha dejado siempre a las naciones  el cuidado de darse el gobierno que juzguen más ventajoso para sus intereses.

     La causa  de tal inhibición es clara. Si bien el poder es de origen divino, la designación de las formas contingentes que el poder revista pertenece al arbitrio humano. Por esto, sea cual sea en una nación la forma de gobierno, de ningún modo puede tenerse por tan definitiva que haya de permanecer  por siempre inmutable, aun cuando ésta hubiera sido la voluntad de quienes los establecieron. En razón de ello, los católicos son libres en cada caso de preferir la que hic et nunc juzguen mejor.

     En el ámbito del valor universal de la ley divina hay amplio campo de libertad y movimiento para las más variadas formas de concepciones políticas. Pero esta libertad de elección se refiere al orden especulativo; porque, en la práctica, la elección de un sistema político o de otro vendrá más o menos determinado por un conjunto de causas concomitantes, la cuales hacen de un determinado sistema de gobierno el más  conveniente para la manera de ser de un pueblo y el más en armonía con las instituciones de su pasado y con las costumbres de sus mayores.


La democracia


     Dada la extensión de este sistema, en sus diferentes formas y variedades, y con todo lo expuesto en este Capítulo pero, sobre todo, en los  anteriores, dejaremos la explicación de este apartado a la precisas palabras del Prof. D. Miguel Ayuso:


     Los falsos dogmas de ésta son los siguientes: la voluntad del pueblo es la ley suprema; la autoridad emana de la multitud; el número de fuerza decisiva, y la mayoría o la prevalente voluntad de un partido, creadora exclusiva del derecho; y con sus consecuencias, entre otras: la nivelación mecánica  de los hombre tomados como masa; la artificiosa agrupación de los ciudadanos, según tendencias egoístas; la prepotencia de partidos que defienden intereses parciales antes que el bien de todos.

     A la postre degenera en tiranía, que acaba con la dignidad humana y con los derechos del hombre como persona.


Los sistemas totalitarios


     En la explotación de la masa se da la mano con la democracia el totalitarismo, que maneja con habilidad su fuerza elemental sin el menor respeto a la persona. El Estado totalitario, usado el poder democrático, reduce al hombre a una mera ficha  en el juego político, una pieza de sus cálculos económicos. Para él, la ley y el derecho no son más que instrumentos en manos de los círculos dominantes.


     El totalitarismo, ya sea comunista o burgués, es incompatible con la doctrina católica. El comunista, además, abusa criminalmente del poder público para ponerlo al servicio del terrorismo colectivo. Y el burgués hace al hombre siervo de las fuerzas que desencadena para el dominio del mundo.


La participación del pueblo


     El pueblo tiene derecho a participar de algún modo y en grado mayor o menor en el gobierno. En el Estado moderno, sin embargo, la participación real del simple ciudadano en la vida pública es cada vez más hipotética, aún dentro de los sistemas democráticos. Con visión realista, Pío XII lo denuncia con las siguientes palabras: la estructura de la máquina moderna del Estado, el encadenamiento casi inextricable de las relaciones económicas y políticas, no permiten al simple ciudadano intervenir eficazmente en las decisiones públicas. Todo lo más, con su voto, puede tener alguna influencia  en la dirección general de la política, y aún esto en medida limitada.

     De aquí que sea de vital importancia exponer acerca del respeto debido a una auténtica opinión pública.

     Al refutar, condenándolos, los errores totalitarios, y singularmente al nacionalsocialismo, Pío XII desarrolla todas unas orientaciones sobre como debe ser la opinión pública y cuál es el papel de la prensa al servicio de ésta.


La opinión pública


     Patrimonio de toda sociedad normal formada por hombres conscientes de su conducta personal y moral, la opinión pública es como el eco natural que los acontecimientos de la vida pública provocan en sus espíritus.

     Ahogar la voz de los ciudadanos, producirla un silencio forzado,  es a los ojos de todo católico,  un atentado contra el derecho natural del hombre, una violación del orden del mundo tal como Dios lo ha establecido. Y es más funesta todavía la situación de los pueblos donde la opinión pública permanece muda, no por haber sido amordazada por una fuerza exterior, sino porque le faltan aquellos presupuestos intrínsecos que deben darse en toda comunidad de hombres.

     Cuando se habla de opinión pública, sin embargo, entiéndese que se trata de una manifestación auténtica y espontánea de la voluntad colectiva. Porque se da en los Estados modernos una falsa y engañosa opinión pública que se forja artificiosamente mediante el artilugio de la propaganda. Se da lo mismo en los regímenes democráticos cuando el vocerío de los partidos prepotentes suplanta a la auténtica voz de un pueblo, como los sistemas totalitarios en que la opinión se finge o se contrahace desde el poder.

Ejemplo de formas de manipulación en medios de comunicación

     El crear artificiosamente, por medio del dinero o de una censura arbitraria, vertiendo juicios unilaterales y falsas afirmaciones, una pseudo opinión pública que mueve el pensamiento y la voluntad de los hombres como cañas agitadas por el viento, nada tiene que ver con ese eco espontáneo despertado en la conciencia de la sociedad que es la opinión pública verdadera, que el gobernante debe siempre escuchar.

     La pretendida opinión pública, superficial y artificiosa, que hoy se conoce en todas partes, está dictada o impuesta por la fuerza de la mentira o del prejuicio, por el artificio del estilo oratorio, los efectos de voz y gesto, la explotación de los sentimientos, todo un conjunto de malas artes que hacen ilusorio el derecho personal al propio juicio. Se trata de una verdadera técnica de elaboración de una fingida opinión pública, acomodada al servicio de una determinada política, con olvido de todo sentido moral y sin respeto a la verdad y a la conciencia.


Ejemplo de manipulación: La Ventana de Óverton.

Y así como el divorcio, el aborto, la eutanasia, la homosexualidad...


Prensa y representación


     El papel de la prensa es servir a la opinión pública, no dirigirla. ¿Cómo? Educándola y orientándola. A la prensa incumbe, en efecto, un papel decisivo en la educación de la opinión pública, no para dictarla o dirigirla, sino para servirla útilmente. Los medios de comunicación tienen la noble tarea de la verdad y de la justicia y a mantenerse en ella; deben servir a la justa libertad de pensar con juicio propio.

Visión general de los grupos de comunicación en España

     Más en particular, los medios de comunicación católicos tiene por misión expresar en fórmulas claras el pensamiento del pueblo, confuso, vacilante y embarazado ante el complicado mecanismo moderno de legislación positiva. Y debe luchar para que se mantenga y consolide la sana opinión pública, oponiendo un obstáculo infranqueable a los intentos que tratan de minar sus fundamentos.

     Siendo de obligada necesidad mantengan una recta y sana doctrina, al margen de los beneficios económicos o componendas con poderes cualesquiera. Sería exigible que todos sus componentes fueran de probada vida o al menos de formación teológica sólida del Magisterio Político, que aquí se trata. 

     La actualidad se impone y nos muestra la desgarradora realidad de medios que, con participación eclesiástica en el accionariado o directamente propietarios, propagan el liberalismo en todas sus formas y grados, injurian a la Iglesia, ofenden a Nuestro Señor Jesucristo y a su Santísima Madre, y propagan sin rubor todo tipo de inmoralidades a una sociedad a la que se suman en destronar a Cristo de todas los ámbitos.

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