SEMBLANZAS: MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN

SEMBLANZAS: MÁRTIRES DE LA TRADICIÓN

     

     Próxima la celebración de los "Mártires de la Tradición", se recogen breves pinceladas en su honor.

     Cuando Indalecio Prieto supo que se había producido el Alzamiento de Mola y que con éste estaban los requetés, exclamó: "Hay requetés. Estamos perdidos."

     Más tarde, en una alocución dirigida a los suyos les encomendaba "cuidarse mucho del peor enemigo que podréis encontrar en el campo de batalla: ¡Un requeté recién confesado y comulgado es un bicho terrible."



     Periodista Juan Pujol:

     "Soy de los que desde las primeras horas del Alzamiento Nacional asistieron a la magnífica epopeya de los requetés carlistas. Días de julio y agosto de 1936.
-Esta guerra- dije desde el primer momento- no se puede perder.
-¿Por qué?
-Porque los españoles, tan dispersos espiritualmente, han vuelto a juntarse para cantar y para morir. Porque estos hombre que vienen de las montañas azules, de los campos de Navarra, de las cimas donde el aire y las almas son puros, saben que son, y lo dicen en su "himno", "soldados de Dios". Dios va a someternos a pruebas. Pero no nos desamparará".



     El alférez, queriendo tranquilizar al chaval -y para tranquilizarse él mismo, pues la situación no era nada cómoda y no podía pensarse en una evacuación, ya que el camino estaba todavía batidísimo por todas las armas enemigas-, le preguntó:

-¿Crees que es importante la herida, Babil?

-No lo sé, mi alférez; pero, por si acaso, vamos a rezar juntos el Señor Mío Jesucristo.

     El buen Babil también tenía una herida en una pierna y poco después era evacuado con su alférez y algunos otros heridos hacia los puestos de socorro.


     Y el viejo se fue a la guerra con su boina roja y también con su antiguo ideal, pero con su corazón joven; más a las dos semanas regresó a Estella herido de mucha gravedad y sin curación posible.
Estaba en el hospital, abrasado por la fiebre y al llegar el médico, otro herido le dijo:

-Doctor, a ese viejo no le cure usted, porque no lo merece.

-¿Cómo no he de curarle si el pobre está herido, y de mucha más gravedad que tú?

-No lo merece, doctor; y está herido porque quiso.

-¿Y qué quieres decir con eso?

-Sí, cuando atacábamos las trincheras de los rojos, el capitán nos ordenó que nos echáramos al suelo. Había abierto un fuego de ametralladoras que encendía el aire. Entonces éste se levantó y subió por la cuesta arriba. Naturalmente, ¡lo acribillaron!

     Y el pobre viejo, que en su modorra febril había escuchado el relato agresivo de su compañero, prorrumpió con una naturalidad de escalofrío:

-Pues, qué, ¿echados en el suelo es como se les toma las trincheras a los rojos?

     El hombre no entendía de estrategia; sólo sabía avanzar y morir. Y murió poco después.

Las heridas son rosas de sangre,
en ofrenda a la Patria y a Dios,
y la muerte, pensando en España,
en un sueño de gloria y amor.


     Fue un espectáculo como muy pocas veces puede verse en la guerra moderna. Setecientos boinas rojas en inmensa guerrilla, asaltando en una sola oleada una larga posición enemiga, que no pudo resistir tan enérgica acometida. Allí los oficiales no pudieron ir diez metros delante de sus soldados. Fueron desbordados por ellos. Allí cayeron los cuatro capitanes del Tercio de Navarra. Dos de ellos para no levantarse más: Negrillos y Lara murieron. Y con ellos otros oficiales y requetés. El alférez de la 2ª Sección de la 2ª Compañía pudo besar en la frente y cerrar los ojos sobre el propio terreno de combate, una vez terminado el asalto, al cabo Ulibarri que mandaba uno de los pelotones, y que fue el que, saltando sobre él cuando tropezó y cayó, decía a los requetés; "¡No importa! ¡Por ellos! ¡Viva Cristo Rey!"


     Que cuando la muerte te llegue, cuando llegue "tu día", la boina entre tus manos será una patente  de merecimiento para el Cielo, porque es testimonio de que confesaste a Cristo, y Él te confesará delante del Padre.

     ¡Boina bendita! Sangre del sacrificio, llama de amores puros, luz inextinguible de la Verdad y color encendido de heroísmo.

      ¡Boina bendita, hasta la muerte!

 Un falangista pregunta a un requeté:

-Si mueres, ¿a quién quieres que se le avise?

-A José María Errandonea, 65 años, del Tercio de Montejurra. Es mi padre.

-¿Y... si no está?

-A José María Errandonea, 15 años, del Tercio de Montejurra. Es mi hijo.


     No lloréis, porque estamos orgullosas, y sabemos que son felices ante Dios, y si hacen falta otros hijos  para terminar esta prueba, con la misma satisfacción los pondremos a disposición de Dios, la Patria y el Rey.

     El mismo comandante lo contaba luego con el respeto del que reza ante un coro de ángeles.

     El niño Pelayo llegó a las avanzadillas de socorro. Pregunta por el jefe. Casi no se puede cuadrar. Entregó el parte. Iba inmensamente pálido, con un balazo en el costado.

Lo llevaron al hospital. Las seráficas hermanas y las dulces enfermeras lo acostaron en una cama, como acuesta a su hijito enfermo una madre amorosa.

     Los médicos y sanitarios se miraron con asombro. Al filo de la madrugada murió. Su pálida carita tenía una sonrisa de triunfo y de dolor.

     A buen seguro que allá en el Cielo, la Virgen de Covadonga, la  Santina pequeña y galana, Reina de aquellas montañas, lo esperaba con los brazos abiertos para auparlo junto al Niño Divino.

     Y aquí, en la tierra, los duros guerreros invencibles de la nueva reconquista, rindieron las armas poderosas y los estandartes invictos cuando, en su blanco ataúd, pasó aquel angelito del Cielo que supo morir como gigante de España.

     El coronel García Escámez, que presenciaba la operación, dicen que admirado de ver como aquellos hombres se lanzaban furiosamente por aquel terreno abrupto y peligroso, sin el menos miedo al plomo adversario, preguntó:

-Pero ¿qué tiene esos requetés?

Y alguien que estaba a su lado le respondió:
-Una boina y un corazón muy grande, mi coronel.

-Es verdad- asintió García Escámez emocionado.


       Españoles. Aquí estamos; pero vosotros, ¿dónde estáis?

     Obreros de la Aurora: Abrid las ventanas al sol, porque el sol del resurgimiento hispano apunta ya sus rayos por el Norte.

¡Viva España! ¡Viva el Requeté!




Comentarios

Entradas populares