III.- LA SOCIEDAD CIVIL
Es de tradición en
la doctrina católica distinguir entre
sociedad y Estado. La sociedad civil
se identifica con la colectividad humana y encierra en su seno un conjunto de
sociedades. El Estado es una de ellas; encuentra sus límites en el ámbito
territorial y en su naturaleza jurídica;
se integra, a su vez, por otras sociedades que no debe absorber: familias,
municipios, corporaciones económicas o
culturales, …; y coexiste con una sociedad universal, de naturaleza distinta, que es la Iglesia. Por su parte,
está, en cierto modo, subordinado a la comunidad de las Naciones que agrupa al conjunto de los
Estados.
(Conferencia sobre "El Estado", de Dalmacio Negro, catedrático español y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas grabada en la sede del IJM el 11/1/2014)
El hombre es sociable
por naturaleza, nace inclinado a
la unión con sus semejantes. La unión de los
hombres forma la sociedad civil,
que es una comunidad nacional. Tal es el designio de Dios, autor de la
Naturaleza. Él manda que los hombres
vivan en sociedad, y los hombres
nacen ordenados para ello. Es,
pues, falsa la idea roussoniana que coloca la causa eficiente de
la comunidad civil en la libre voluntad de cada uno de los hombres, fingiendo
que éstos, por propio consentimiento,
ceden algo de su derecho y de su
libertad para formarla.
La vida social, en si misma, posee un carácter absoluto, que
se haya por encima del mudar de los tiempos. Sus normas básicas, las últimas, lapidarias y
fundamentales normas de la sociedad, son inmutables y no dependen tampoco del arbitrio
humano. Nunca, por tanto, podrán ser
abrogadas con eficacia jurídica por obra del hombre.
El principio creador
de la sociedad humana y, a la vez, su elemento de conservación es el bien común
, el cual, por lo mismo, se erige en la ley
primera y última de toda
sociedad.
La sociedad humana posee una unidad orgánica interna. No es
una masa de individuos sin cohesión, ni tampoco una máquina que funcione por
puro automatismo. Se concibe, por el contrario, como un cuerpo
crecido y maduro, que tiende, bajo el gobierno de la Providencia y mediante la
colaboración de los diversos órganos que
la forman, a conseguir los eternos fines de la civilización humana. Por eso, su
unidad esencial respeta las diferencias
naturales de sus elementos
constitutivos, diferencias que la enriquecen, formando dentro de ella varios órdenes que son diversos en dignidad,
en poder, en derechos, que mutuamente se necesitan y que juntos conspiran al
bien común. En una palabra, la noción de sociedad comporta la de jerarquía; es una ordenación en la que las
cosas ínfimas alcanzan sus fines a través de las intermedias, y estas por medio
de las superiores. Todo este vasto
sistema, en fin implica la existencia
de un ordenamiento jurídico en vital conexión con el genuino orden
social.
Sociedad y persona
Pero la sociedad
es medio y no fin, con relación a
la persona humana, Es
éste un punto sumamente grave
de la buena
doctrina. La sociedad no ha sido instituida por la naturaleza para que
el hombre la busque como fin último, sino para que, en ella y por medio de
ella, posea los medio eficaces para alcanzar
su propia perfección. Por eso,
toda autoridad social es, por
naturaleza, subsidiaria; debe servir de sostén a los miembros del cuerpo
social y no absorberlos. La sociedad es para el hombre y no el hombre ara
la sociedad.
Siendo un medio la sociedad, su fin es servir al hombre para que alcance el suyo propio. El desarrollo de los valores personales del hombre completo, el pleno desenvolvimiento de la persona, este es el fin supremo de todo la vida social. El bienestar material, la perfección de la virtud moral e indirectamente la salvación eterna de los hombres: he aquí los objetivos de la sociedad civil. Y el supuesto previo a ellos es la paz social, esto es, la tranquilidad del orden público, que hace posible la convivencia.
Siendo un medio la sociedad, su fin es servir al hombre para que alcance el suyo propio. El desarrollo de los valores personales del hombre completo, el pleno desenvolvimiento de la persona, este es el fin supremo de todo la vida social. El bienestar material, la perfección de la virtud moral e indirectamente la salvación eterna de los hombres: he aquí los objetivos de la sociedad civil. Y el supuesto previo a ellos es la paz social, esto es, la tranquilidad del orden público, que hace posible la convivencia.
Opuesta per diametrum
a este concepto social cristiano es la
concepción materialista de la sociedad, que la imagina como un gigantesco
artefacto para la producción de bienes por medio del trabajo colectivo y que
subordina autoridad social al estímulo
único de la utilidad o del interés. Como que se corresponde con un
concepto pagano de la vida humana, que no asigna a esta
otra finalidad que el disfrute de los bienes terrenales.
Sociedades
intermedias
El estado no se alza sobre los individuos como un monolito
en un desierto de arena. Entre el
individuo y el Estado existen sociedades, cuerpos, instituciones (Vazquez de Mella, Textos de Doctrina Política, pg. 8), que aquel
debe respetar. El primero, la familia, como sociedad anterior al Estado y que
posee su esfera de vida propia e intangible. Pero también las corporaciones públicas, ya sean
locales o profesionales, y las
asociación culturales y las ideológicas tienen su derecho a existir y deben ser reconocidas por el Estado
y respetadas, cuando no estimuladas y apoyadas por él.
Esta es la esencia de la doctrina corporativa de la Iglesia,
basada en el principio de subsidiariedad
que antes ha sido referido. Si es cierto
que aquello que pueden hacer lo
individuos por sus propias fuerzas no se
debe entregar a la comunidad,
análogamente debe reservarse para las agrupaciones “menores” y de orden
inferior aquello que ellas puedan realizar
en la órbita de su competencia y no atribuirlo todo a las superiores y
más amplias.
El bien común, con miras al cual fue establecido el poder
civil, culmina en la vida autónoma de
las personas, así individuales, como morales como colectivas.
Por eso no se
comparece con esta doctrina el carácter
fuertemente centralizador de las naciones modernas, que reduce en exceso
las libertades congénitas de individuos y de colectividades.
(Prof. Miguel Ayuso : "El Estado como sujeto inmoral". Conferencia en el instituto de Filosofía Práctica (INFIP) dentro del "Ciclo del Buen Gobierno")
Más en particular, la Iglesia recomienda que en el seno de la
nación crezcan y se desarrollen así las entidades municipales como los cuerpos
profesionales que coordinan los
intereses de esta clase. Unos y otros
facilitan al Estado la gestión de los asuntos
públicos, pues tienden al bien común del
propio Estado. Si este se atribuye y apropia iniciativas que deben ser
privadas, no sólo será en daño del derecho de éstas, sino también en detrimento
del bien público.
Ya se entiende que, asimismo, por el otro extremo se puede pecar, o sea cuando los cuerpos de que se habla, y singularmente los que agrupan
y representan intereses profesionales o económicos, se hacen con exceso prepotentes y abusan de su
fuerza, anteponiendo sus intereses parciales al bien general. Es éste un peligro grande del momento presente, dado el
desarrollo y poderío que alcanzan así los
sindicatos patronales y obreros como los
grandes "trusts" y consorcios de carácter económico.
(Juan Manuel de Prada, intervención en el programa "La Tuerka")
Unos y otros, con
frecuencia, se convierten en grupos de
presión y hacen fuerza
a los fueros de la autoridad y a
los derechos del Estado. Si los responsables
de estos organismos, al ensanchar sus
horizontes, rompen las perspectivas
nacionales, si no aciertan a supeditar lealmente sus intereses, y aún su
prestigio a lo que piden la justicia y el bien público, paralizan el ejercicio
del poder político y comprometen, a la
postre, la libertad y los derechos de aquellos a
quienes pretenden servir.
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